Vaya por delante que me confieso de antemano desconocedor de la carrera musical de la señorita Vinila Von Bismark aunque, probablemente, haya pocos músicos, no mayoritarios, con mayor número de resultados en un buscador cuando se escribe su nombre.
Quizás sea este uno de los motivo por los que su concierto en Valladolid, un gélido jueves de temporal, llegó a colgar el cartel de completo, gracias a una audiencia bastante variopinta que disfrutó, y de qué manera, de las artes de la cantante granadina.
Antes de entrar en materia quería destacar el acierto que están suponiendo la serie de conciertos que con el epígrafe de “autorreverse” se están celebrando en la capital castellana y que supone una propuesta innovadora en la que el escenario del coqueto Teatro Zorrilla (en plena plaza Mayor) es ocupado en su amplia totalidad por banda y público, ocasionando que el patio de butacas y los palcos se sitúen a espaldas del grupo y se obtenga una postal visual simplemente espectacular. Unámosle a esto el sonido y luces propias de un teatro (además de una socorrida barra de bar) y tenemos una propuesta de calidad a la que auguramos (y deseamos) mucho éxito en el futuro.
Decía que Vinila Von Bismark llegaba a Valladolid a presentar su primer trabajo en solitario “A Place With No Name” con una banda de músicos de clase (y contundencia), y una propuesta que va más allá del clásico concierto musical en el que todo se limita a la interpretación, más o menos acertada, de unas canciones. Vinila ofrece un SHOW (con mayúsculas) que gira de manera absoluta en torno a su figura y a la teatralidad de su ejecución, lo que ofrece por un lado un plus de entretenimiento, la captación de la atención de todos los ojos en su persona, y amortigua las posibles carencias vocales que en determinados momentos puedan aparecer.
Vinila nos propuso un viaje musical con el burlesque como argumento a través de diversos estilos musicales que empezaron de manera relajada desde la música de cabaret de los años 40-50, viajó por las olas de la música surf, pasó por las raíces árabes que el flamenco de su Granada poseé y se desmelenó (público, músicos y cantante) en un trepidante final al ritmo del rock y el rockabilly de los 60s y el garaje más gamberro al tiempo que Vinila cambiaba su atuendo por otro más ligero de ropa (mostrando su imagen de chica de calendario de tiempos pretéritos) y un estupendo Omar Deltrueno sacaba sonoridades imposibles de su Fender. |