El ciclo Pequeños Grandes Momentos que se desarrolla en el Teatro Lara de Madrid nos sigue dando grandísimos conciertos y ojeras mañaneras (las 22.30 como comienzo de show un día laborable, para los que nos desplazamos desde fuera de la capital, suponen un esfuerzo más que notable), y para la fecha del 7 de Octubre tenía como protagonista y estrella a la casi septuagenaria vocalista de soul/blues Bettye LaVette, que vive en esta última etapa de su carrera su momento de mayor reconocimiento mediático.

Desconozco si fue causa del horario pero en esta ocasión no se consiguió el llenazo de su anterior visita en la Caracol  cuatro años atrás, si una buena entrada, y aunque entre las dos ocasiones la cantante ha publicado dos álbumes, centró su show en un compendio de revisiones y adaptaciones, que no versiones, de múltiples artistas contemporáneos y algún pequeño esbozo de su carrera en solitario.

Puntual salió a escena escoltada por una banda sobria y sobresaliente donde su teclista actuó como director musical ocultando en exceso la fantástica labor de un guitarra muy joven que en la anterior gira fue protagonista y ofreció más garra al show. Para esta ocasión, y quizás teniendo en cuenta que el concierto se desarrollaba en un espacio con patio de butacas, el show fue taimado y sentido, melodramático y desgarrador en unas interpretaciones que se parían más que cantaban y que Bettye vivió con inusitado dramatismo.

El set list fue rácano en extensión, una docena de canciones bises incluidos que rozaron la hora y cuarto, y se olvidó de su último disco publicado (Worthy). Sin embargo el desarrollo fue ejemplar. Los temas ajenos se los llevó a su terreno con facilidad y suficiencia haciendo que las canciones a veces resultaran difíciles de reconocer, se mostró amable y conversadora  en todo momento, muy al estilo de los grandes entertaiment americanos, narrando historias acerca de sus más de 50 años de carrera o porque había elegido una u otra composición e incluso, después de su entrada triunfal y cantar la primera de las composiciones de la noche, The Stealer, se quitó sus altos tacones “estos zapatos me están matando” nos dijo, y los cambió por unos no menos elegantes zapatos planos.

Bettye está radiante para una persona de su edad. Delgada, fibrosa y con un gran aspecto, pero lo más importante es que su voz ha ganado sobriedad y tono con los años y entona las canciones con más fuerza y desgarro que en versiones pretéritas, digamos que suena “más actual”. Sin duda los consejos de Patterson Hood (Drive By Truckers) que la ayudó a relanzar su carrera con la producción y composición del maravilloso The Scene Of The Crime, han sido bien asimilados.

Cantó a Neil Young (Heart Of Gold, casi irreconocible y donde por momentos prescindió del micro y nos hizo llegar la potencia y calidez de su voz) y a Lucinda Williams (Joy). Recuperó a The Beatles, vía Ringo Starr (It don´t Come Easy, pleno de fuerza vocal) y George Harrison (Isn´t It A Pity),  e incluso a The Who (Love Reing O´er Me) pero a todos se nos encogió el corazón cuando se sentó en un taburete e interpretó ese maravilloso Souvenirs que cuando se lo escuché en su anterior visita sentada al borde del escenario de la Caracol hizo aparecer unas cuantas lágrimas en los presentes. También hubo momentos más “bluseros” como cuando viajó en el tiempo a su primer disco, publicado en 1962, e interpretó My Man He Is A Loving Man e incluso evocó su paso por el sello Motown en Right In The Middle.

Se mostró agradecida en todo momento por la acogida que ha tenido en nuestro país en la última década y cuando tras once canciones abandonó el escenario todos pensamos que habría unos bises que se convirtieron, solamente, en una aparición de la artista cantando a capella un tema de Sidnead O´Connor (I Do Not Want What I Haven´t Got) transformado en góspel desgarrador.  Tras esto se enfundó una capa negra con capucha que la facilitó un miembro de su equipo y nos dejó a todos tan atónitos que ni siquiera fuimos capaces de pedir una segunda entrega de canciones.