A veces viene bien cambiar la perspectiva y hay ocasiones en las que a pesar de hacer lo mismo semana tras semana se hace de forma distinta. Una de esas ocasiones era la noche del 19 de marzo. Íbamos al Black Bird, como hacemos habitualmente, pero esta vez veríamos un concierto en acústico. La velada también era especial porque nunca habíamos visto a Albertucho o Capitán Cobarde, como se llama ahora, por “h” o por “b” nunca habíamos podido coincidir, ¡¡hasta esa noche!!.
La gente llenó la sala santanderina en un concierto tranquilo, que disfrutamos desde la comodidad y la intimidad que ofrecen unas sillas y unas mesas colocadas de tal forma que parece que estás en el salón de tu propia casa, muy a gusto y disfrutando al máximo. Aunque algún espécimen humano se quejó de no poder saltar y bailar, aunque claro hay que tener en cuenta que, con el ciclón que llevaba el susodicho, habría sido capaz de bailar hasta una marcha fúnebre.
Las canciones, salvo unas dos o tres más moviditas, no invitaban al alboroto y a la algarabía. Todos los presentes vimos el formato del concierto como un acierto y nos deleitamos al igual que si hubiésemos estado pegando botes, a veces el alma brinca de alegría sin que el cuerpo se mueva ni un ápice.
Capitán Cobarde vino arropado por una gran cantidad de instrumentos como la armónica, el ukelele, la guitarra, el banjo y los teclados. El arma más potente su voz. Hay personas que llenan escenarios con su sola presencia y este era uno de esos casos. La alegría y también algún tema menos divertido, de todo tiene que haber en esta vida, estuvieron presentes en una noche que el artista sevillano supone amenizar de una forma excelente.
Capitán Cobarde
El señor Alberto Romero nos dejó canciones como “El pisito”, “El marinero”, “La gata”, “La gravedad de la teoría”, o “Mi estrella”, temas con los que empezó a caldear el ambiente y a dar las primeras pinceladas de color a la noche. El banjo estuvo presente para ofrecernos “Lágrimas de plástico azul” de Sabina y “La primavera”, entre otras.
Capitán Cobarde se acompañó del teclado para deleitarnos con “Una niña”. Además el tema “Una flor” también estuvo presente, poniendo sobre la mesa los recuerdos de la infancia del artista. Cambiamos de instrumento, y Alberto nos sedujo con el ukelele al ritmo de “No tener nada” y “Madrecita del alma querida”, que dedicó a su progenitora. Cosa sin duda alguna curiosa, dedicar una canción a tu madre en el día del padre. Con el mismo acompañamiento musical escuchamos “Pura dinamita”.
Los últimos coletazos de arte vinieron de la mano “What a wonderful World” de Louis Armstrong, y de “Jovencito Frankestein” y “Descuida”, en las que la armónica tuvo su protagonismo. “Capitán cobarde” fue la elegida para dar por finalizada una notable actuación. El buen humor, la simpatía y las bromas estuvieron presentes durante toda la actuación.
Sinceramente, todo estuvo de lujo, lo único que fue una pena que no hubiese merchandising, y que algunas personas quisiesen que Alberto Romero les firmase un disco, y se marchasen porque el artista tardaba en salir del camerino. ¡¡En otra ocasión será!!. p>