Dieciocho años después La Doncella vuelve a contonearse entre el calor sevillano haciendo temblar aquel pedazo de mundo. Como un rayo que parte las nubes, los Maiden supieron electrizar un ambiente dispuesto a dejarse llevar sin oponer resistencia.
No puedo decir nada de los teloneros The Raven Age más allá de que George, uno de los guitarristas es hijo de Steve Harris. Cuando pude entrar ya no había rastro de ellos, así que no puedo dar opinión de su actuación.
Dos horas antes de la media noche, con los últimos estertores del día, y con una puntualidad, tan hiriente como british, se apaga la música ambiente y empieza el show.
El escenario impresiona, la temática precolombina te llena los ojos y el comienzo no puede ser más espectacular. Un caldero humeante en el punto de fuga y Bruce con brazos en cruz, cual chamán, preparado para invocar quien sabe que espíritu. Con If Eternity Should Fail de fondo, revuelve el humo mientras va narrando. Solo su voz recorre El Estadio de la Cartuja mientras miles de smartphones intentan capturar su alma, entre millones de megapixeles, para su posterior ofrenda a YouTube. Un golpe de batería a cargo de Nicko McBrain acaba con la sobrecogedora intro y ya, con toda la banda sobre las tablas, suena como un disparo Speed of Ligh ante la euforia generalizada. La conexión no se perdió en toda la noche a través del grito de guerra “Scream for me Seville”, lanzado una y otra vez por Dickinson.
Cuarenta y un años en la brecha no han quitado a los Maiden ni un gramo de su potencia, el espectáculo esta diseñado al milímetro. Está concebido para enganchar, para golpearte y no dejarte indiferente. En eso son los amos. Igual ocurre en los discos, The book of Souls es nuevo pero se vuelve clásico sin esfuerzo, es así el barniz que cubre lo autentico. Sonaron de este disco los temas Tears of a Clown y The Red and The Black entre otros. |
No tarda en sonar The Trooper. Una canción que me sacude la espina dorsal y me suspende en un placer infinito. La misma que levanta la grada, con la que todo el estadio tiembla como un inmenso flan recién desmoldado. Vibran precisas y contundentes las tres guitarras, mientras Bruce ondea una bandera inglesa de lado a lado del escenario.
La indumentaria va cambiando y el atuendo principal, poco apropiado para la ciudad y la época - sudadera negra y pantalones de explorador con botas color tierra a juego -, se adorna con máscara de gorila para el tema Death Or Glory. El escenario también se va transmutando con cada canción. Con The Book of Souls apareció un Eddie pantagruélico, que danzaba por todo el escenario. Hubo también pelea Eddie versus Dickinson con victoria del cantante, él cual termina arrancándole el corazón al monstruo para después tirar la víscera al público. Bonito recuerdo para alguien.
Dos horas redondas donde las afiladas guitarras de Dave Murray, Adrian Smith y Janick Gers nos llevan junto a un trance místico sustentado, como no, en un gran bajo a manos de Harris y por la cadencia rítmica, tan necesaria, de Nicko McBrain a la batería. Todo ello, sumado al ambiente de un público secuestrado por los encantos de La Doncella desde el minuto uno, nos lleva a un final de apoteosis con los últimos tres temas: el vibrante The number of the Beast, con un inmenso demonio que parecía controlarlo todo; Blood Brothers y, para el final, la apropiada Waster Years.
Poco más puedo añadir para describir el buen hacer de una banda que parece reírse del tiempo y jugar con él, para un grupo que sabe lo que hace y lo hace a la perfección. Esperando que queden aun otros cuarenta años y que podamos decir…“Scream for me Doncella!!!” |