Desde que a principios del siglo pasado, Madrid viera construir la plaza de toros más grande de España, cada vez son más las veces que, afortunadamente, las grandes gestas son musicales y no taurinas.
Muchos son los sueñan con verse reventando el aforo de Las Ventas y el libanés Ara Malikian llegaba a su cita con la capital con prácticamente todo vendido (y colas en las taquillas), dispuesto a hacer magia en todos los sentidos. Y la magia empezaba por una cuidada estética en la que el ruedo se había visto transformado en un gran teatro enmoquetado en rojo con butacas blancas. Sobre el escenario una distribución de músicos sinfónicos en varias alturas con fondo cambiante de leds.
Caen las luces y en las pantallas que flanquean el escenario se proyecta el anuncio que Malikian ha grabado en colaboración con Acción contra el hambre. A la cuidada puesta en escena, selección de repertorio y orquesta sinfónica, se le suma el aliciente de que Malikian decidió destinar la recaudación del concierto a esta ONG con la que colabora.
Tras un sonoro aplauso, el gran protagonista de la noche, empezando a hacer gala de su virtuosismo, se abre paso por el improvisado patio de butacas hasta el escenario para dar comienzo a un repertorio extenso y sorprendente que intercala con simpáticas anécdotas imaginativas, con las que los presentes estallan continuamente en sonaras carcajadas.
Para abrir boca, un tema sobradamente conocido que, cuando viene de la mano de Goran Bregovic, tiene su particular sonido en los Boikot. Primera y fuego con Kalashnikov.
Cuenta en una de sus anécdotas que en su primera visita a España se enamoró del jamón ibérico (normal por otra parte), pero que no entiende por qué se sirve con esos trozos de pan seco e insulso que denominamos picos (y la razón le doy también). Es por ello que va a ofrecer un repertorio basado en grandes obras de varios géneros musicales (jamón ibérico) con composiciones suyas (picos).
Bien, se supone que tocaban dos picos, la primera bajo el título de Backgammon con inspiración del Líbano y la segunda Pisando flores, con aires judíos. Modestia aparte la del de Beirut, sus “picos” se complementaron con maestría entre las obras que, con su amplia orquesta sinfónica, transportaban al público de los tendidos entre mundos y épocas cual viaje a través de una de las puertas del Ministerio del tiempo.
Ara Malikian
Antes de su tercer “pico”, bajo el título de Rapsodia “madrileña” número 3, un tema de un grupo del que confiesa haberse enamorado, cuando unos desconocidos Radiohead tocaban en un festival en el que se quedó hipnotizado con la garra de los británicos. Impresionante vuelta de tuerca la que dieron a Paranoid Android, rotura de cuerda incluida. Cosas del directo.
Comenta entre otra de sus anécdotas que, por azares del destino, todos los músicos que le acompañan provienen de la música clásica de la que todos, por suerte o desgracia, fueron expulsados. Y la maestría de la sinfónica lo mismo da para interpretar Carmen, con arreglos de Pablo Sarasate, que para homenajear al desaparecido David Bowie con Life on Mars.
Entre los momentos más emotivos llega El vals de Kairo, una composición precedida por los mejores momentos de la gestación y nacimiento de su hijo. Un tema que guarda mucha relación con la personalidad del pequeño que, como casi todos los niños, es tan tranquilo como terremoto. Minutos de profundos cambios de ritmo y desenfreno de Malikian, de quien podemos sospechar que mucha hiperactividad ha heredado Kairo.
Y como a alguien hay que echar la culpa de las cosas, en este caso hay un percusionista que, en su reducto sobre el escenario acumula una cantidad ingente de instrumentos de percusión que bien podrían tocar entre toda la orquesta. Y un día llegó con su batería, se plantó y dijo “quiero tocar un tema de Led Zeppelin y punto”. Así surge la tremenda interpretación de Kashmir, una de las más ovacionadas de la noche.
Pero la noche va de grandes maestros y si uno se fue dejando muy huérfana la guitarra española fue Paco de Lucía. Segunda gran sorpresa y ovación para Zyriab.
Decía Malikian “Ahora vamos a anunciar que vamos a tocar la última pero es mentira”. Entre sus muchos monólogos llega este en el que anuncia que el concierto original iba a tener más de 6 horas de interpretación, pero la organización no se lo permitía. De esa manera ingenian un sistema en el que, entre el repertorio normal, los bises, el after y demás, se conseguían las 6 horas anunciadas.
Ara Malikian
Lo verdaderamente cierto es que al concierto le queda poco y antes de un brevísimo break, toca ponerse un poco serio y dedicar 1915 a todas aquellas víctimas de cualquier crimen, holocausto y genocidio que haya sufrido la humanidad y que, a día de hoy, siguen ocurriendo de forma constante como si no tuviéramos memoria de todos los anteriores vividos.
Con el fugaz parón anuncia que va a interpretar algo muy patrio, algo muy grande de alguien muy grande de la que lo primero que conoció fue un vídeo en youtube en el que decía algo como “si me queréis, irse”. Si bien prometía que sería un tema que por los arreglos costaría reconocer al principio, muchas fueron las gargantas que, primero entre dientes y luego entonando bien con el diafragma dieron voz a la letra de Pena, penita, pena de Lola Flores.
Para ir bajando el telón, violín al hombro, con las luces casi apagadas y seguido por un foco, una cámara y entre los aplausos del patio de butacas, que también quiere acompañarle, Malikian da la vuelta al ruedo interpretando con sutileza, mimo y delicadeza el Aria de Johann Sebastian Bach. El reloj que sobre el escenario da la hora a Las Ventas marca las 12 y con ese momento mágico dan ganas de sacar al violinista a hombros por la puerta grande, porque tras un espectáculo así, bien lo merece y no en otros espectáculos en los que sí se hace.
Largo y sorprendente repertorio, impecablemente interpretado y entendido a la manera de los músicos, anécdotas, puesta en escena, detalles cuidados al milímetro… Un concierto perfecto a todos los niveles en los que a Ara Malikian no se le escapa ni la más mínima pincelada.