Uno de los escritores con mayor cara de zumbado que conozco es Georges Perec y, si bien Juan Abarca tiene cara de ser una persona bastante más normal, no puedo evitar acordarme de del escritor francés y de su novela “La disparition” cada vez que escucho “En el vergel del Edén”.
En la novela se habla constantemente de un secuestro, sin citar al secuestrado, pero si el lector es un poco espabilado se dará cuenta de que el desaparecido en cuestión es la letra E (la A en la edición en castellano). Y a pesar de que en la segunda parte de la novela, “Les Revenentes”, Perec se reencuentra en su estilo con la preciada vocal y se olvida de sus otras cuatro hermanas (¡qué jefe!), Juan Abarca, allá por el 2002 y cerrando un brillante Analfabada (¡qué cerdete!), recoge el testigo con su tema univocálico, que a mi parecer es uno de los mejores de la historia de Mamá Ladilla. Tal vez por eso sirve de hilo conductor y base narrativa en “Arrea”, el musical, donde Esther Vélez, el gerente Pepe y el mequetrefe del bedel sufren una serie de aventuras y desventuras en las tablas de Teatro Sanpol que son dignas de toda consideración y reconocimiento.
Y es que desde principios de verano, cuando aparecieron las primeras fotos promocionales de lo que iba a ser el show, supe que iba a ser una de los primeros tarados mentales en meterse en el teatro a ver qué coño pinta el grupo de “punk-rock progresivo y zafio” por excelencia en un puto musical. Y con un puto bajista. Y con un montón de “glüten”. Ahí es nada. Porque esas poses de señores serios, trajeados, con cara de no haber olido una mierda en su vida, blandiendo mocho, cepillo y escobilla del wáter, franqueados ferozmente por los bribones de Teatraco a las 12 y los rufianes de Tarambana Espectáculos, hicieron mella en mi corazoncito ladillil y me hicieron estar bastante atenta a las fechas de la actuación. Bien que hice. Porque “Arrea” es un sorpresote de principio a fin. O que se lo pregunten a los 1.200 mequetrefes que repartidos en dos funciones petamos el Sanpol este fin de semana.
Arrea
Basta con ver la florifauna que se encontraba en el patio de butacas para darse cuenta de que aquello no era “El Rey León”, como mucho “El Camello del Barrio”: mucha greña, muchas pintas, mucha expectación, mucha cara conocida (¿ese pollo de ahí delante no es Llors Merino? ¡válgame!) alguna cresta descarriada y saber que en la vida hay que hacer cosas que joden, por ejemplo: pagar tres pavos por una lata de cerveza. Se apagan las luces y se despierta aún más nuestra curiosidad. La rubia. Interrogatorios.
Un escenario a dos alturas, la banda arriba y los actores blasfemando en la parte inferior. Alguna cara conocida del festival de cortos de Carabanchel. Y por abajo todos muy cortadicos al no poder montar el pogo en el en el que lavar, marcar y peinar la polla de mi jefe. Total, si hoy follo y estamos deseando subirnos a las butacas a gritar “hiiiijo putaaaa”. Madre mía, qué cosa más divertida. Cantando sentados (todos menos tú, que lo sabes todo) y descojonados vivos entre tanto chiste soez y escatológico. Canciones clásicas, alguna nueva y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (y que el bueno de Llors estaba en el patio de butacas), se marcaron un bis de lujo en forma del grandérrimo 'Sucedió en Beckelar' que nos hizo abandonar la sala queriendo practicar el medievo con el culo de alguien, con grititos surferos de fondo.
Así que ya sabes, si quieres ser un hombre, mujer o niño de des-provecho, y un ladiller de pro, permanece atento a las próximas citas que “Arrea” tiene preparado para el 2017 porque…
HA ESTADO DE PUUUUUUUUUUTA MAAAAAAAAAAAADREEEEEEEEEEEEEEE