Cada visita al Estadi Olímpic es un motivo de emoción. Es el centro de la diana de las grandes citas del rock en Barcelona. Un lugar lleno de magia donde uno sufre transformaciones personales, en mi caso en pelota de ping-pong. Es la metamorfosis que suelo sufrir, de cola en cola, hasta que se presenta ante mí la puerta con el número que da acceso a la expectación.
Cuando pude dar con el asiento asignado aún quedaba un sorbo de Volbeat, los segundos teloneros. Poco puedo decir de ellos. ¿Contundentes? Sí. ¿Planos y poco emocionantes? Para mi gusto, también. No me emociona un grupo telonero desde hace más de dos años cuando Los Vintage Trouble abrían en show de AC/DC en este mismo escenario.
Una vez destapado el corcho de la botella, y tras un video que se me antojó eterno, llegó el fin de la espera y el vino californiano empezó a ser escanciado. Una puesta en escena a la altura escupió fuego y pirotecnia al tiempo que “It´s so easy” descargaba toda su furia y colocaba en el escenario a cada uno en su lugar. Si esto empezaba así iba a ser una buena noche, y lo fue. La reacción de la gente al oír una canción en directo es la mejor encuesta de calidad que puede hacer un grupo sobre la elección de su repertorio. Aquí el contenido, desde temas propios, ajenos y hasta alguna rareza, contentaría sobradamente a una inmensa mayoría.
Ni momias ni zombis. Axl Rose, Slash y Duff McKagan no tienen nada de monstruos, al menos en ese sentido. El tiempo es un juez implacable y puede que la voz de Axl se haya dejado algún tono por el camino, muchos nos hemos dejado casi todo el pelo, pero sigue siendo afilada cuando es necesario y sabe cómo triturarla para sacarle todo el jugo. Sigue siendo reconocible en todos los sentidos. Puede que ya no haya carreras sobre el escenario en mayas cortas y puede también que eso no devalúe ni la música ni un show pensado para gustar y al alcance de muy pocos. |
Canciones como “Welcome to the jungle” o “Apettite for Destruccion” sonaron como auténticos cañonazos apoyados por el tanque virtual que, desde las tres macro pantallas, no dejaba de soltar andanadas sobre el excitado público. Con este disco abrieron y cerraron el concierto siendo “Paradise City” la última en sonar. Siempre me ha gustado la idea de empezar por el principio y acabar en el mismo sitio cerrando círculo, como si de un boomerang se tratara.
Casi cuatro horas de concierto dan para mucho y no están al alcance de cualquiera. Muchos temas se hicieron elásticos, con la materia de solos y riffs, donde el tiempo parecía viajar en bucle y no querer salir. Imposible para mí recordar todas las guitarras a las que Slash aprieta las cuerdas durante el concierto, seguramente veinte o más. Inconmensurable, pantagruélico. Sigue siendo una bestia a la hora de repartir solos, hipnotizándote mientras se desplaza por el mástil de cada Les Paul. Así lo hizo en “Rocket queen” y en una deliciosa transición, con la intro de El Padrino, para llegar a la maravillosa “Sweet child o´mine” y, como el tiempo daba para lo propio y lo prestado, de lo ajeno pudimos disfrutar con su particular filtro de “Attitude” de Misfits , “Wish you were here” de Pink Floyd y “Knockin´on heaven´s door” de Dylan.
En definitiva un espectáculo a la altura de las expectativas, donde no todo fue tralla macarra. Esas canciones más sosegadas, que todos tenemos en la cabeza, “Don´t cry” o “November rain” también tuvieron su acomodo.
Creo que no tiene mucho sentido comparar a los Guns N’ Roses de ahora con el de otras épocas. Aunque siempre hay nostálgicos, no es mi caso. Un espectáculo con la parafernalia justa y necesaria para dar más lustre, si cabe, a unas canciones que en buena medida pasarán con honores a la memoria colectiva de varias generaciones amantes de la contundencia sonora. Esta noche los californianos repartieron, con una deliciosa furia eléctrica, plomo y espinas a discreción. |