Antes de El Acto apareció Serpiente. Aunque pudiera parecer extraído del Antiguo Testamento, fue lo que sucedió en el Kafe Antzokia recién empezada la Semana Grande de este año en Bilbao. Parecía apropiado para prologar un cancionero en el que hay referencias a santas con tormentos místicos, aficiones siniestras en cementerios, bacanales, turbias aficiones peligrosas para los demás, extraños pasajeros no deseados… Aunque nada tiene que ver una música con otra.
Serpiente es un trío formado en 2015 en Bilbao que con pocos elementos (teclado, bajo y percusión) lleva a cabo una interesante propuesta. Música de ambientes sosegados y melodías atonales que llegan a ser inquietantes en algún momento. La música de Ana, Beatriz y Elena (formación actual) más que con la de Parálisis Permanente o la de Belako, entroncaría con la de Lavabos Iturriaga. Aunque tampoco.
Ellas reconocen que sus influencias van desde el folklore vasco al post punk. Cantan en euskera y castellano y tienen grabado un EP homónimo que darán a conocer previsiblemente en octubre y del que interpretaron todas sus canciones (PIEDRA, ZER ARI HAIZ, TRANSILVANIA, ILARGI ILUN y AR.) dentro de las catorce que compusieron su repertorio. Estuvieron muy contenidas hasta la parte final de su último tema, precisamente AR, en el que estallaron en gritos controlados.
Serpiente
Poco después bajó la luz del escenario y empezó a sonar “Miserere” de Zelenka. Salieron César Scappa y Ángel Berdiales a las guitarras, Pilar Román al bajo e Iván Santana a la batería. Casi en penumbra empezaron a tocar con gran solemnidad. A continuación apareció Ana Curra con una túnica calada, con capucha que le cubría la cabeza, y empezó a cantar “Fundido en negro” (o “fundido a negro, fundido a sangre”; como dice la letra de la canción), tema inédito hasta este concierto y que resulta como una liberación de todos los fantasmas, tormentos y pesadillas del pasado. Seguir viviendo, muchas veces resulta doloroso. Y los conflictos interiores se resuelven llegado su momento, no cuando se desea. Fue una forma de cerrar heridas definitivamente. De pasar página.
Una vez acabado este tema, subió la luz, Ana se despojó del “habito”, Pilar fue a ocupar un lugar al fondo del escenario desde donde haría los coros y la percusión, y Rafa Balmaseda, quien fue miembro de Parálisis Permanente y estuvo con Ana Curra y Eduardo Benavente en la grabación del disco del citado grupo que da nombre al espectáculo, salió al escenario para hacerse cargo del bajo durante el resto del concierto.
Y empezaron fuerte, entrando directamente en materia con El Acto, la canción.
A partir de aquí el repertorio fue calcado del que tocaron en la sala Jimmy Jazz de Vitoria-Gasteiz el pasado mes de marzo. En canciones y en orden de ejecución. (De este evento informó puntualmente en insonoro.com el compañero Karlos García.)
Tampoco es que ninguno de los presentes nos esperáramos ninguna novedad, y ya había habido una. Y muy significativa. Se trataba simplemente de disfrutar de la colección de grandes canciones que había dejado un grupo de efímera duración; como un aquelarre, un ritual de iniciación y un tributo al universo de Eduardo Benavente, Parálisis Permanente y demás difuntos del rock de la órbita de Ana Curra, se definió este espectáculo cuando se empezó a representar cinco años atrás, pero se hubiera agradecido cualquier otra mínima variación o sorpresa. Más que nada para que no quede reducido a una ceremonia religiosa de rígida estructura, sino que siga siendo algo vivo. Como en otras ocasiones.
La parte siniestra del concierto siguió con “Quiero ser tu perro” y “Héroes” , las logradas versiones de los Stooges y Bowie. Separadas, entre otras, por “Nacidos para dominar”, de aquel sencillo publicado de forma póstuma y que nos dejó cavilando sobre el grado de excelencia que podría haber conseguido el grupo de no haber fallecido Eduardo Benavente. Más adelante nos ofrecieron “Más” y “Ratas”, de Los Seres Vacíos, a las que, se notó en la presentación, Ana les tiene mucho cariño.
Resulta evidente que Ana Curra es la persona que mejor interpreta “Quiero ser santa”; tanto es así que algunos hasta vemos una aureola luminosa alrededor de su cabeza cuando la canta. Nos la ofreció a mitad del concierto, antes de volver a material de su trayectoria en solitario, como de Seres Vacíos: “Pájaros de mal agüero”, “Desnúdate” y “Todo sigue igual”. Tan solo separadas por “Sangre” la segunda de las dos fabulosas canciones publicadas en aquel último sencillo de Parálisis Permanente de cuidadísima producción, tanto plástica como de sonido.
Y aquí Ana dio por finalizada la parte siniestra para entrar en materia punk. Fue con “Desnúdate” y “Todo sigue igual”.
En “Esto no es” invitó a cantarla a César Scappa, quien estuvo durante todo el concierto descalzo y a pecho descubierto.
Ana Curra
No sé si es o no es divertida la postura hoy en día con respecto a lo que se vino a llamar La Movida madrileña de los que la vivieron. Quizá haya llegado el momento de desmontarla o desestructurarla, ahora que está tan de moda la palabra. No fueron más que una serie de manifestaciones culturales que se produjeron simultáneamente favorecidas por el optimismo y la sensación de libertad que se vivieron durante la transformación de una dictadura. Me hace gracia que los por todos considerados integrantes de la tan cacareada “movida” renieguen ahora de ella y otros, que hubieran deseado ser considerados como tales, justifiquen su no inclusión por ser machos alfa. Bueno, más que gracia esto último resulta patético.
Hubo otra “movida paralela”. No oficial. Ana Curra gozó del privilegio de estar en todas a la vez: en La Movida oficial, formando parte de los Alaska y los Pegamoides, y en la “otra movida” paralela, muchas veces más interesante, en la que estarían grupos como Parálisis Permanente, Ángel y las Guais, Polanski y el Ardor… Y es significativo y dice mucho a su favor que actualmente se pueda ver a Ana subiendo a un escenario a cantar invitada por artistas tan dispares y distantes geográficamente como Dogo o Las Munjitas del Fuzz (primera formación de Doctor Explosión).
Esta parte punk continuó con “Jugando a las cartas”. A menudo se ha llamado a Ana Curra “La reina del punk”, algo que siempre me ha parecido inapropiado, pues relaciona dos términos que se refieren a conceptos antagónicos. El caso es que en esta parte se liberó del pie de micro como del teclado con más frecuencia, lo que le permitió aproximarse al público de las primeras filas -a estas alturas de la noche los más entusiastas admiradores ya habían tomado estas privilegiadas posiciones- e interactuó con ellos, desde con lenguaje no verbal hasta a tenderles el micro para que cantaran las letras.
Ana Curra
Hubo un homenaje a Eskorbuto, que ya hizo en Vitoria-Gasteiz, interpretando también “Adiós reina mía”, y que era fácil imaginar que repetiría en Bilbao puesto que Ana había recordado a Iosu Expósito en La Red Social el día que se cumplían 25 años de su desaparición. Sin duda es uno de sus muertos del rock. Y de los de todos los asistentes al concierto.
La última canción fue “Unidos”, que dejó con ganas de más. Pero sabíamos que habría más y los bises que faltaban: “Adictos a la lujuria” y, enlazadas, “Autosuficiencia” y “Un día cualquiera en Texas”, en la que el público se lanzó a bailar el pogo salvajemente.
La sala rozó el aforo completo, lo que tiene su mérito teniendo en cuenta que el espectáculo no era novedad en Bilbao, que apenas cinco meses antes hubo una actuación en Vitoria-Gasteiz, y que era un día en el que la ciudad ofrecía multitud de espectáculos y actividades, muchas de ellas gratuitas, frente a los 24 euros que costaba la entrada en taquilla. Todo ello dice bastante del tirón y la calidad del espectáculo que se nos ofreció.
No sé si será el último Acto, pero está claro que a partir de ahora va a haber cambios. Ana va a seguir cantando y esperemos que sorprendiéndonos con grandes canciones, porque se ha abierto el fundido. Empezó a abrirse el día que decidió homenajear a Eduardo y a todos sus desaparecidos del rock (aquellos que ya han representado su Acto Final) y celebrar el legado de Parálisis Permanente, haciéndonos partícipes, invitándonos al ritual de de la puesta en escena de sus canciones.