Salir de un concierto sin saber qué decir. Cuando hay tanta verdad detrás de la música y tantos sentimientos se agolpan, es realmente difícil describir con palabras. Tanto que decir que Maria Arnal y Marcel Bagés hicieron magia en Madrid, se queda hasta corto. Quizás sea problema mío, que me sorprendo y me abrumo con mucha facilidad. Pero si me llegan a explicar lo que el viernes presencié en Joy Eslava, ni me lo creo.
Con el cartel de “sold out” colgado desde hacía días, en la Joy se agolpaba la gente desde bien temprano. La expectación por ver al dúo catalán era más que real. Tanto que cuando se apagaron las luces, la gente empezó a aplaudir y gritar. Pero, de repente, silencio. Estaban sonando los primeros acordes de “45 Cerebros y un Corazón”. Era la primera vez que, en un concierto, el silencio era tan sepulcral. Era la primera vez que, en un concierto, el público respetaba al artista que se encontraba sobre el escenario. Quizás fuera por la música, quizás fuera por el halo místico que Maria y Marcel desprenden sobre el escenario. Pero era imposible no notar cómo se nos erizaba la piel, mientras los catalanes tocaban una a una las canciones de su disco. Esa vez sí, la música se convirtió en el lenguaje universal de la sala. Ni siquiera importaba el idioma.
Poco a poco fueron llegando “Bienes”, “Jo no canto per la veu” o “Desmemòria”. Incluso hubo tiempo para recordar a Marina Ginestà, con el particular homenaje de Maria i Marcel a la miliciana de la II República. Esa estaba siendo la verdadera fiesta en pro de la memoria histórica. |
Del mismo modo, el dúo también hizo su particular guiño a El Niño de Elche, versionando uno de sus temas, “Miénteme”. Y nos regalaron uno de sus nuevos temas, “Big Data”, aludiendo directamente a la “fatídica relación que tenemos con las redes sociales”.
El público, que continuaba sumiso en el más profundo silencio, solo rompía su letargo para aplaudir. Aplausos de esos que duran minutos. Desde el escenario, a Arnal y Bagés solo les quedaba sonreír. Y agradecer. Y pedir entonces que cantaran con ellos “Canción Total”. Fue entonces cuando todo explotó y la sala comenzó a cantar. Esta vez sí. Sobre todo con “Tú que vienes a rondarme”, canción con la que, a priori, cerraban.
Es cierto que el concierto estaba llegando a su fin, pero todavía quedaba un poco. Faltaba “El ball del vetllatori”, tema en el que hablan de la muerte desde la propia vida. Aunque fue “Tú saps” la canción que puso punto y final a un concierto lleno de magia.
Es curioso. Cómo dos personas, a guitarra y voz, son capaces, no solo de llenar una de las grandes salas de Madrid, también callarla. Es curioso el poder de la música. Ese poder capaz de sacar a relucir el pasado, la memoria histórica. Cuando la música esconde tanta verdad, las palabras sobran. |