Todo festival es una celebración de la vida. Difícilmente podrás ver, sin moverte del lugar y en pocas horas, tal cantidad de músicos sobre el escenario. El viernes pasé por la Primavera Trompetera, que este año se ha hecho esperar más de lo habitual. Cuando llegué comenzaba  el explosivo espectáculo de Ayax y Prok, dos pequeños titanes, dos fuerzas de signo contrario que llenan el escenario con su presencia y su energía.

No puede estar mejor elegido su logo; un Ying, un Yang; gemelos de sombra y luz. Destaca esa dramatización de teatro clásico que representan en cada canción, la incineración de los segundos, la rabia, el dolor, el grito necesario.  Es una danza de partículas en un acelerador, que buscan perdidamente la colisión. Energía con letras mayúsculas y talento a golpe de insurgencia. Un inicio de festival descomunal. Fue una tarde en la que Evaristo, Valtonyc, Hasel… fueron desfilando en cada una de las actuaciones. Una lista  larga ya que aprieta el nudo de las libertades.

A continuación, tuve la suerte de disfrutar, y digo, disfrutar de uno de los grupos con más complicidad y conexión que he visto en los últimos años; Trashtucada, que llenó el escenario con sus ritmos pegadizos y su desenfada bandera pirata. Rock, reggae, Ska y de nuevo el compromiso social, el despertar de conciencias y el buen rollo en cada uno de los temas. Juegan en su campo, Chiclana está muy cerca, pero la conexión con el público no entiende de fronteras, la música envuelve, habla al oído y suelta los pies. Buenas voces, magnífico directo y una sensación de ganas de más, que no creo que hubiera acabado por largo que fuese el pase.

La tarde se estaba concentrando en el escenario principal. Las banderas republicanas ondeaban entre una masa de gente ávida de música. Hay grupos que transcienden, que son alas y letras antes de que comience el espectáculo.

El sol proyecta una picuda sombra a mi derecha que hace que la imaginación vuele cantando al unísono “Si te encuentro, gritaré a viva voz. Que prefiero verte que ganar la guerra. Levántate mi corazón…”. La fiesta ha comenzado, la vida no puede esperar más. Los músicos van ocupando sus posiciones y esa intro quebradiza que golpea en los tímpanos, que despierta lo que nunca debió olvidarse, transforma el asfalto en sueño. Poetas, Borracha, La voz… y quién no canta, siente en silencio respetuoso y emotivo. Van rodando las canciones y las proclamas, los dedos se disparan al cielo con Jilgueros.

La Raíz se extiende y se nutre de los asistentes. El himno de Andalucía brota como una necesidad y se apropia de todas las gargantas, hay temas que anidan adentro, muy adentro y que transforma cada palabra, cada frase, en la punta de una flecha. Elegiré, Radio Clandestina; el tiempo corre y multiplica la complicidad. Las miradas se cruzan sobrevolando los focos y todos sentimos que las barreras se desploman y que la piel es el único límite que estamos dispuestos a respetar. A la sombra de la sierra y como colofón, Nos volveremos a ver… hermandad, fusión, libertad y palabra. Todos somos algo más grandes, todos quedamos un poco más unidos, todos deseamos que este instante no acabe jamás.

A la hora concertada Tote King hace su efectista aparición en el escenario colateral y enlaza una selección en la que nada se ha dejado al azar. Su gente, al unísono repite cada estrofa y siente cada requiebro. Un espectáculo sincero que llega incluso a los profanos.

Ha llegado el momento de marcharme pero aún puedo ver la salida al escenario del incombustible Rosendo, lleva una banda que suena a la perfección, compacta y a la altura de la leyenda. La platea se llena de gente de todas las edades coreando sus temas. Una vez más se cumple la sentencia “Los viejos rockeros nunca mueren”.

Nota. Solo cubrimos la jornada del sábado :)