El manual del buen rockero advierte que, cuando coinciden en la misma ciudad varios acontecimientos más importantes que tu bolo, ya tienes una buena excusa para justificar los espacios vacíos de la sala en la que vas a tocar; y que, si el aforo no llega ni a media entrada, no es tu música la responsable, sino esa fecha tan mala del calendario.
Quizá eso se solucionaría con una programación más perspicaz, o quizá no, pero valerse de ese pretexto manido sirve a muchos para encubrir un trastazo colosal. Coincidir con la formidable manifestación en favor de la igualdad de las mujeres del ocho de marzo quizá sea razón suficiente como para no arriesgarse, pero la obsesión suicida de Kitai, y no solo por su estética, los llevó a cerrar su gira Pirómanos en La Riviera, donde a pocos minutos de que la banda madrileña apareciera por el escenario, aún se expendían en la taquilla entradas a diez euros.
Con puntualidad germánica y arrogante juventud, los teloneros Echo aparecieron en el escenario. Dos canciones tardaron en cuadrar el sonido y los instrumentos la banda madrileña, tras el visible y sonoro cabreo de Carmen, voz y guitarra, a la que, desde la distancia, se la intuía algo pasada de adrenalina. También, desde la distancia, se podía ver el pie derecho descalzo de Paula para golpear el bombo de la batería con una fogosidad equitativa a la explosividad de Carmen.
Así que Echo extendieron sus dos EPs, “Echo” (2015) y “El Sistema” (2017), tras un muro de guitarras y teclados (Pablo Fergus) que recordaba en apariencia y en tramos a unos Aterciopelados con sonido grueso. Luego, en la penúltima canción, Carmen pidió un pogo a una sala que, a excepción de los fervorosos acólitos, permanecía inmersa en sus propios trasuntos. A pesar de las dificultades, Echo sacaron el bolo adelante, destacando la voz voluminosa y corpulenta de Carmen.
Echo
Y tras una larguísima intro, Alex, directamente sin camiseta antes de empezar, Deiv, Fabio y Edu, es decir, Kitai salieron al escenario de una Riviera a tres cuartos para comenzar el show con Fuego en la radio, de su último disco Pirómanos, simulando la música del infierno, tanto por atrezzo como por abrasión sonora.
Siguió entonces Deiv, batería, con un casco de fútbol americano decorado con luces que se iluminaban conforme aparecían los graves y los agudos, primero de la propia batería y luego de toda la banda. Vino entonces El enemigo, de su disco Que vienen, para luego volver al último con Desierto. Cadáver exquisito sonó a una versión de Arctic Monkeys, y le siguieron toques ska, colores punk, un punto british e incluso rock perroflauta en a penas media hora de concierto, cuando Alex, muy dado a la charla y a la salmodia, decidió pedir un pogo. Si bien no son legión los seguidores de Kitai, sí que al menos son fieles a su líder.
A todo esto, apareció por el escenario Juanma Latorre (Vetusta Morla), productor de la banda, para acompañarlos. Y tras Melodrama nuevo parón en el concierto, esta vez para entregar una guitarra Yamaha a su seguidor, Carlos Márquez, por perseguirlos por toda España, mientras el público charlaba de sus cosas.
Kitai
Luego Nikone los acompañó en Lejos. Y hubo ondas con fuego sobre el escenario.
Y Alex dijo: “Estamos aquí por la gente que no duerme, para cumplir sus sueños”. O: “Somos lo que siempre nos ha salido de los cojones. Somos Kitai”. Fenomenal. Luego habló del récord, del 24 horas en la Sala El Sol, mientras la gente charlaba de sus cosas. Y más tarde pidió hacer ruido por todas las mujeres. Y cuando parecía que el concierto había terminado, que la gente ya estaba fuera, en la calle, de repente apareció una batería que, como en Semana Santa, navegó por encima del público que la sostuvo con fervor mientras el Deiv se acoplaba a ella para terminar ahí abajo con Superior.
Y parece que la gente, la que aún permanece, ahora sí se anima al pogo.
Y entonces de nuevo parecía que iba a terminar el concierto, pero no, entonces salieron los cuatro Kitai vestidos de superhéroes. Y al llegar Riviera Maya, los dinosaurios, como si se tratasen de unos Flaming Lips castizos.
Dice Kutxi Romero, de Marea, que aspira a ser solo la música en el escenario. Porque la canción debe ser suficiente. Pues eso.