Ante un concierto de Andrés Calamaro siempre cabe preguntarse qué te vas a encontrar; qué va a hacer, qué va a cantar, pues puede arrancarse por infinidad de estilos, hacer sus canciones más famosas o rebuscar en los rincones de su extensa discografía y ofrecer todas las rarezas que quiera.
En esta ocasión parecía claro que su concierto se basaría en el último disco, “Cargar la suerte”, publicado este 2019. Así fue, pues ofreció cinco canciones: “Verdades afiladas”, “Tránsito lento”, “Cuarteles de invierno”, “Falso LV” y “My mafia”. Pero, además, sus canciones más famosas sonarían prácticamente todas (aunque seguro que hubo a más de uno a quien le faltaran dos o tres).
Hace ya bastantes años que no vive en Madrid de forma habitual ni viene asiduamente, por lo que no se prodigan demasiado sus actuaciones en España últimamente y el público ansiaba escuchar sus canciones más populares para bailarlas y cantarlas con él. Así, la primera, en la frente: abrió con “Alta suciedad”, provocando el entusiasmo desatado de los asistentes. De este álbum sería precisamente del que más canciones interpretaría esta extremadamente calurosa noche madrileña. Fue su primer disco después de haber formado parte de Los Rodríguez junto con Ariel Rot, Julián Infante y Germán Vilella, insuflándole rumba y flamenco a su rock and roll de influencias anglosajonas, y manteniendo viva la conexión argentina del rock español que había empezado con Moris y Tequila.
De esta etapa anterior de su carrera enseguida ofrecería “A los ojos”, siendo muy bien recibida. Y es que el publico de esa noche estaba formado tanto por los que le descubrieron con Los Rodríguez, los que vieron el Mundial del 78, los que nacieron después, los que viven atrapados por verdades afiladas y los que soportan estoicamente que la moneda casi siempre caiga por el lado de la soledad. Entre otros.
De entre todos sus amigos españoles del gremio fue Coque Malla el que le acompañaría para cantar un par de canciones en este oasis que son Las Noches del Botánico dentro del sofocante verano madrileño, que se encontraba en el momento álgido de su primera ola de calor. Más marcada para Calamaro y su banda, que venían del recién iniciado invierno argentino del mes de junio.
Andrés Calamaro
A Madrid le dedicaría grandes palabras a lo largo de toda la noche: “No se rompe la temporada por venir a Madrid en verano” fueron algunas de ellas. Hasta recitó un poema que había escrito expresamente para la ocasión sobre esta ciudad, saludando con una rodilla hincada en el suelo del escenario al acabar. A lo mosquetero. Y es que Andrés Calamaro sabe manejarse muy bien en el arte de los gestos, de las representaciones; sin por eso dejar de ser sentidas las emociones que transmite.
Muestra de ello fue el pase torero que le dedicó al público de las Noches del Botánico nada más salir al escenario, antes de sentarse frente a los teclados, ordenadores y demás cacharros de programación con los que entre canción y canción nos obsequiaría obsesivamente con sampleados de voces y música; como travesura de niño grande que sus seguidores gustan apreciar.
A medida que fue avanzando el concierto, Calamaro iría abandonando la esclavitud de estar sentado frente a los aparatos para levantarse más a menudo, moverse y cantar cerca de las primeras filas de espectadores.
“¡Oé, Andrés, Andrés, Andrés! ¡Oé, Andrés!”, le gritaron en varias ocasiones, como si de un partido de fútbol se tratara; algo que, por otro lado, sienta bien a su espectáculo. Porque él es un futbolero confeso con tendencia a componer loas a Diego Armando Maradona a la primera de cambio, defensor acérrimo de las corridas de toros y polemista consumado. Un provocador por naturaleza, como mandan los cánones del rock; aunque no dejara de responder modestamente “no es necesario, no es necesario” a cada elogio que le lanzaba el público.
Y digo que estos gritos que le dedica su público le sientan bien porque son acordes a algunos estribillos de sus canciones, que bien podrían ser cánticos de un estadio en plena euforia futbolera:
Además de los coros anteriores, las aparente simplicidad de las letras de sus canciones, así como la ironía de otras le dan un entrañable aire popular a sus temas. Dicho lo de popular en el mejor de los sentidos: el de su significado etimológico.
Andrés Calamaro
Para cuando llegó esa emotiva canción dedicada a “los Chicos” del rock, sus Chicos ya desaparecidos, los asistentes estaban tan entregados que se dedicaban a cantar con él, a bailar agitando sus brazos desde las primeras filas hasta la grada, donde todo el público acomodado allí, contagiado por los demás, también se había puesto en pie.
Con el fin de que no bajara un ápice la intensidad y la complicidad conseguida con sus seguidores ofrecería a continuación “Estadio Azteca”, “Milonga del marinero y el capitán”, “Paloma”, “My mafia”, “Te quiero igual”... En medio de este torbellino tuvo tiempo hasta de repasar las onomásticas de unos cuantos artistas argentinos y explicar en qué consiste una media verónica, una vez que el laconismo inicial había dejado paso a una expresividad a borbotones.
Y es que estamos hablando de un creador compulsivo, tan abrumador y obsesivo como para entregar la versión española de “El salmón” (un álbum con ciento cinco canciones); y tan sentido como para componer “La parte de adelante” o, incluso, “Flaca”, canción esta última que se reservó para el principio del bis, momento en que volvió a salir a cantar Coque Malla entre bromas y veras.
“Gracias, Madrid, por apoyar a tu torero caro”, diría Andrés Calamaro antes de abandonar el escenario.
Así finalizó el concierto de este loco –al menos así lo canta él- que se dio cuenta de que el tiempo es muy poco y decidió aprovecharlo. ¡Y vaya si lo ha conseguido!