Juguemos a ser Dios y dividamos el universo musical en dos mitades, (no es justo, pero si somos Dios, la justicia nos la trae bastante floja). Decía entonces, dividamos el mundo entre las bandas por las que merece la pena pagar una entrada y las que no. Creo que los cerca de 8.000 asistentes al Palacio de Vistalegre estamos de acuerdo en que el dinero invertido en el maestro del shock rock mereció la pena.

La gira Ol´Black Eyes Is Back de Alice Cooper aterrizó en Madrid a lomos de una banda de nivel estratosférico, tres guitarras de la talla de Ryan Roxie (Slash, Casablanca...), Tommy Henriksen (Hollywood Vampires, Warlock) y la bellísima Nita Strauss que se ocupó de muchos de los solos y acaparó las miradas y aplausos que no iban dedicadas a Mr Cooper, y una sección rítmica en la que Glen Sobel a la batería estuvo simplemente perfecto.

Y  como teloneros los entregados Black Stone Cherry, que tocaron demasiado alto, demasiado embarullados (cierto que el recinto no ayudaba) y con esa mezcla de Lynyrd Skynyrd con cualquier banda metalera que te pone a mover la cabeza las primeras canciones y a mirar reloj cuando  pasa el efecto inicial. Cierto que rebosaron actitud (un espectáculo ver tocar a su batería) pero musicalmente sonaron lineales.

Puntualidad absoluta y tras la intro cayó un telón con los ojos del protagonista y apareció una escenografía sencilla. Un castillo de cartón piedra de dos pisos, algún que otro ataúd y muerto viviente, tres lámparas de candelabro sobre el techo y una plataforma en el frente del escenario a la que los músicos se subían constantemente. A pesar de que "Paranormal" es su disco más reciente, Alice solo interpretó uno de sus temas, (Fallen in Love) y nos dio lo que su público quería, una colección de clásicos para cantar y disfrutar de números de escena sencillos y efectivos.

De la misma manera que no faltaron Feed My Frankestein (sorprendente elección para el comienzo del concierto),  No More Mr Nice Guy, Raped and Freezin o Bed Of Nails, tampoco lo hicieron la decapitación en la guillotina por parte de la enfermera loca (su hija Sonora Cooper) en I Love The Dead, la camisa de fuerza en Steven, la catapulta que lanza los billetes al público, los cuchillos y floretes, las levitas y el sombrero de copa y sobre todo ese espíritu de "hemos venido a divertiros" que tanto se echa de menos en bandas acostumbradas a tocar mirándose los zapatos, y que un señor con los 70 ya rebasados llevó por bandera en la hora y media (escasa) en la que estuvo sobre las tablas.

El show tuvo pocas fisuras, quizás que Nita Strauss le da un toque excesivamente heavy a las canciones con tanto punteo a velocidad endiablada y un sonido muy metalero,  en contraste con el toque más clásico de Roxie y Henriksen, y que hubo un espacio central de show en la que enlazaron demasiados solos (de todos los guitarras, del batería...)  con un medley instrumental (Devil´s Food/Black Widow) y que aunque necesarios para que la garganta de Alice tome un descanso rompió en exceso el ritmo de un concierto que estaba camino de ser de lo mejor visto este año.

Cooper se defendió a la voz (quizás solo flojeara en Poison),  derrochó clase y actitud, y cuando interpretó Teenage Frankestein, Under My Wheels o la final School's Out (con el coro de Another Brick in The Wall en la parte central) mientras explotaba globos con su puñal y llovía confeti por todo el recinto, todos rejuvenecimos un par de décadas. Un tipo de 71 años sentando cátedra en la que puede ser una de sus últimas giras. Menos mal que no me lo perdí.