Tengo la impresión de que algunos de estos últimos conciertos, se tratan más bien de asuntos pendientes que necesitaban zanjarse, aparte de citas acústicas en las que disfrutar y saltar. Y digo esto, porque a estos cinco muchachos valencianos de los que voy a escribir, se hicieron de echar en falta en las fiestas de nuestra ciudad, allá por septiembre. Debido a un imprevisto de última hora, no pudieron acudir a un festival autogestionado por un centro social, y fueron relevados por otros longevos del rock, como son los Porretas. Pero hoy, la noche iba a ser por y para ellos, como daba testimonio la ausencia de teloneros en el cartel.

La noche cañera iba a dar comienzo alrededor de las 21:30, y sin hacerse esperar ni un minuto más, los techos de la sala Porta Caeli comenzaron a vibrar con los truenos de sus notas, vibrando los altavoces para que se oyeran hasta la última fila, en la que incluso costaba distinguir las cabezas. Así es, muy cerca estuvimos del sold out, como quedó reflejado en toda la amplitud del espacio, que cada vez se vio más ocupado por los asistentes.

Apenas hubo una presentación, y allí estaba ya El Feo, cariñosamente llamado Rober, con esa voz que hemos escuchado tantas y tantas veces en todos estos años de formación. Su camiseta lo decía todo, y su mensaje era claro, bordado por aquella gira en celebración de sus 30 años como formación. Y sí, es cierto que este quinteto suma más años de escenarios que el que escribe como vivo, y lo que tampoco iba a quedar en duda, es que vinieron cargados con dos furgonetas, una con ellos, y otra con sus energías y sus ganas de dejarnos exhaustos.

Su música nos empezó a llegar con Olor a muerte, perteneciente al disco Soldadito español, que ya suma la mayoría de edad en su existencia, y ya quedó claro que la noche iba a ser macarra y punky, para que nos divirtiéramos saltando o cantando, como nos diera la gana. Le siguió un buen salto temporal, con Refuckeado, y después, nos cayó encima otro retroceso, esta vez hasta su disco A cara de perro, con su tema Yo también puedo ser malo. Fuimos intuyendo que todo el concierto iban a ser saltos hacia delante y hacia atrás en el tiempo, y no podía ser de otra forma, con los 14 discos que estos chicos nos han traído desde las salas de grabación.

Un rato que se nos pasó como si fuera un solo de batería, y abrimos nuestras manos para recibir Veneno, Vuelta al infierno, Insurgente, y Sois fango, así, directamente, para dejarnos como si hubiéramos sudado dos horas de gimnasio. El público se las sabía, abundaban las manos en lo alto y las voces de acompañamiento, y esto no había hecho más que empezar. Sin apenas pausas, y con unos tiempos muy medidos, fueron desfilando nombres propios por el set list, con Mi revolución, ¿A dónde vas? o Enfermos, pertenecientes a una etapa más contemporánea del grupo, y no tan antigua en su discografía. Esto no paraba, Rober apenas descansaba, y casi llegando a la mitad del bolo, ahí estaba uno de sus temas más representativos, Tus bragas, que hizo estallar a la gente en un volcán de voces y en un mar de saltos. Y es que, si te ibas al baño o a la barra, quizás te hubieras perdido un temazo, porque esto es así, es imposible seleccionar cuál es la que más te gusta o qué corte interpretan mejor en sus directos.

Pasaba la mitad de su subida a las tablas, cuando siguió un repaso sin orden aparente en todas sus carátulas, pero sí que había un criterio, y era doble. Por una parte, su selección íntima de los temas más influyentes y personales para ellos; por la otra, la fracción que le corresponde a su público, los que se las saben todas, los que cuentan con los dedos de ambas manos sus conciertos. Y ahí sonaron Efímero, Escupiré jodidos, A cara de perro, y No tengo miedo, todos desbordantes de actitud punky, de carácter atrevido hacia la vida, con pose chulesca ante lo que tenga que venir.

Apenas habíamos visto un inciso, un receso, una pausa o una interacción con el público en todo lo que iba de concierto, y siendo justos con el reloj, sabíamos que esto se acercaba a su fin. Siguieron directos, a tope, humeando los instrumentos y candentes las gargantas, y como no podía ser de otra forma, para no variar, nos llovió desde el techo otra tanda de quebrantacuellos, con Soldadito español, Mis calzones, Tu perro, y como tema final, Ansiedad, para despedirse de los varios cientos de asistentes que abarrotamos la sala hasta rodear todas sus columnas. Es cierto que echamos en falta alguna intervención más con el público, pero, sabiendo que sus letras hablan sobre ellos mismos, es como si durante la más de hora y media que protagonizaron las ondas acústicas, estos valencianos nos hubieran confesado los pliegues más profundos de sus cabezas. Fueron profesionales, fueron puntuales, fueron punkys, y fueron nuestros. Una noche en la que, para dar calor a febrero, hicieron una hoguera con nuestras ganas de pasarlo bien. Y vaya si prendió aquel fuego, todavía huelo a humo.