Parecía una noche de verano, de esas en la Costa Brava, con su brisita tan propia de la nocturnidad de un paseo marítimo (pidiéndote una chaqueta a golpe de escalofrío) y tan impropia del verano al que Madrid nos tiene acostumbrados. No era una noche de calor de asfalto en la Capital, era una noche para gozar de la calma del momento. Y con esas temperaturas, y esa bondad que concede el viento cuando da un respiro al insomnio por altas temperaturas, llegó Manel al escenario, sutilmente, sin hacer mucho ruido pero inquietando a un público expectante. Así se hacían hueco el cuarteto catalán en un ciclo de conciertos con un formato diferente y novedoso, adaptado a la nueva normalidad. Abre Madrid nos dio la clave para lo que viene: mesas separadas, el baile lo dejamos en casa, mascarillas a la mar una vez sentados, cervecitas frías y a disfrutar del espectáculo.
Abrieron las puertas de su casa con un tema completamente unido al tempo que marcaba el viento al recorrer cada cuerpo allí presente, “Formigues” tomaba al público como quien toma La Bastilla un 14 de julio y se alza, ya en el comienzo, con la victoria. Primer disparo, y todos con los brazos en alto, rendidos.
Tomaron IFEMA enarbolando la bandera de la sobriedad, subidos a un escenario sin muchas parafernalias, apostando por la sencillez y cubriendo lo que era realmente importante, la música. Quisimos música, y nos dieron de la música, lo mejorcito que tenían en su haber: temas de hoy y de hace un tiempo, pero que tienen la capacidad para hacernos bailar incluso cuando estar sentado era una obligación. Temas tan necesarios como “Les cosines” y “La cançon del dubte”.
Manel
Así como nos dice el gran Joan Margarit que la poesía siempre busca la veritat, Manel encontró en IFEMA la verdad más férrea de este 14 de julio anodino. Y nos dijo en alto y a voces, que todos somos verdad hasta que se demuestre lo contrario. Nos recitó una de esas historias de emperadores y hermanos.
Los allí presentes nos enfundamos el kimono, y nos vimos librar batalla, nos sentimos capaces de levantar la voz para cantar al son de “jo competeixo” y desafinar en honor a toda la capacidad sonora de esa voz magnánima que pone Guillem. No todos podemos ser él, así que con ser nosotros mismos ya vamos bien. Tras esto descubrimos que la “serotonina” no solo nos hace ser más humanos, sino que genera un buen rollo en el escenario que se expande como una bomba atómica entre el público, y es entonces cuando percibes que el aire pesa menos, que levitamos siendo y haciendo eso que nos hace felices y nuestro cerebro sobrevive a una pandemia porque tenemos razones de peso, como la música, para hacerlo. Por eso, es importante que el llamamiento y el agradecimiento que Guillem, como vocalista de Manel hizo sobre el escenario, lo traslademos todos a nuestras casas. Que apoyemos más que nunca la música, la cultura y todo aquello que sin ser conscientes hace que nuestra felicidad sea posible. Que les agradezcamos a ellos venir a compartir, y que nos agradezcan al público asistir pese a lo diferente de la situación. ¡Empieza a gustarnos esta nueva normalidad!
Dieron el cierre a un concierto excepcional y necesario con sus muy sonados temas “Sabotatge”, “Boomerang” y “Benvolgut”. Temas anacrónicos que siguen sacando los pies del público a la pista, temas que pese a todo el mal que adolecen los tiempos que vivimos han vuelto siempre para decirnos que de este mundo somos energía y vamos a transformarlo todo.
Por un espacio de tiempo, todos los allí presentes olvidamos que antes esto no era así, y que todo ha cambiado. Nos hicieron disfrutar, dieron lo mejor de ellos, y aunque nos fuimos de allí sin escuchar “Al mar!”, entendimos que no siempre se divisa el agua salada cuando estamos a merced del capitán, pero que el capitán busca el mejor de los puertos y así lo hicieron. Nos llevaron al mejor puerto final, para dejarnos en casa: disfrutones, tranquilos, pacíficos, serenos y felices, como dirían ellos, en el culmen de la serotonina.