“Mi mente libra batallas pensando que alguien me da terrones de azúcar que endulzan mi amargura y abren pequeñas ventanas para respirar. Los pájaros incandescentes comienzan a volar (…) deja sonar la música solo una vez más” La letra no es mía, ya lo quisiera, pero concentra de algún modo el sentir de la sensación de volver a presenciar música en directo después de una larga sequía. Estar de nuevo en la cola, esta vez en la Sala Apolo, fue esa pequeña ventana que daba acceso al terrón de azúcar que conjura a la par amarguras y amagos de locura que suelen rondarme ante la ausencia de música en directo.
Hasta que no estás dentro no parece real. La sala, perfecta en dimensiones, te acurruca entre la barra y el recoleto escenario. No hay marcha atrás, no hay fuerza que detenga lo que solo es cuestión de minutos que ocurra. Imelda May volverá a darnos más de lo que recibe, a una hora en la que el día y la noche bailan en el filo de la navaja. A un lado la emoción, a otro unas expectativas sobrepasadas. Pero antes…
La noche empezó con la actuación de Rachael Rage. Solo insinuar que conocía a la alegre neoyorquina sería atentar contra ese mandamiento que habla sobre la verdad. La colorida norteamericana, con pinta de Flower Power, nos brindó su repertorio folkie donde su amable y cálida voz solo era acompañada en el escenario de una violinista. Aunque no se conozcan las canciones, uno sabe identificar la autenticidad y agradece la amabilidad de quien se sabe desconocido pero da lo mejor se sí. Rachael hizo eso, al teclado, tras una preciosa Gretsch azul o agitando unas castañuelas. Con cada instrumento, sonó sincera en su afán de amenizar la espera de la indómita irlandesa.
Rachael Rage
No mucho después de la hora anunciada Imelda ocupaba el escenario. Cada foco, cada ojo, todos los objetivos, todo ser viviente en esa sala quedó arrebatado de su presencia. Como pájaros ante un solitario árbol, todo confluyó en ella. Y esa garganta maravillosa empezó a mostrarse con “11 Past The Hour”.
La primera imagen que nos trasmite es sensorial. El vestido vaporoso negro y diadema láurea a juego, acompasaban cada golpe de voz. Al fondo, unos cuervos en el proyector. El color oscuro de la ropa, las mangas livianas como alas, contrastan con la tez blanca de la “diosa”. Imposible no unirlo todo de algún modo y caer en el recuerdo de Poe. Las escenas se suceden oscuras, pero no sombrías. Es una oscuridad cálida y envolvente. La voz y el velo gaseoso te hacen levitar entre escalas de blues y todo encaja cuando suena “Levitate”.
El grueso del repertorio estuvo lleno de canciones de su última etapa donde, el Jazz, el Soul y el Rhythm and Blues han marcado los pasos de una Imelda más intimista. Sus dos últimos discos confirman el viraje de estilo y así nos dejó en el recuerdo “Breathe”, “Just One Kiss” o “Different Kinds Of Love”, por citar algunas de las mas de veinte que se disfrutaron.
Imelda May
Lejos ha quedado el tupé- rizo más excitante del Rockabilly femino que la encumbró como la reina indiscutible de ese estilo en este siglo por derecho (y cuerdas vocales) propio. Esa marca de agua ahora ya no está. El pasado, aunque quede atrás, nunca te abandona y tampoco se debe renunciar a él. Esa mujer salvaje que habita dentro de ella no se ha ido, está ahí y lo pudimos comprobar de primer oído. La Imelda más rockera se soltó el pelo para desatar a ese maravilloso animal de escenario que mora en ella energicamente. Como en una especie de llamada tribal, Bodhrán en mano, cada tam-tam electrificó el show con “Johnny Got a Boom Boom” o “Mayhem”. Reminiscencias irrenunciables largamente agradecidas, de una época maravillosa que ya no volverá. Puede parecer que hay dos Imeldas, y tanto estilísticamente como en la puesta en escena seria así, pero no implica que no sean compatibles, ya que no hay una versión mejor que otra ¿Acaso es mejor un lado que otro de un billete de cien?
Va quedando poco para el inevitable final y algo queda claro, el dominio de la escena es apabullante. Con el manejo de los tiempos consigue enredarte en su madeja de potentes emociones, elevándote para luego dejarte caer lentamente en el regazo de sus realidades sonoras. No puedo obviar que la banda que la acompaña tiene un nivel más que notable. Como muestra, fueron fantásticas las dos versiones que nos regalaron. “I´d Do Anything For Love (But I Wont´t Do That)” de Meat Love y “Tanited Love” de Gloria Jones, para finalizar con “Diamons” el escueto bis.
Después del saludo coral, los focos se fueron apagando, la luz de ambiente lo ocupa todo sin remilgos, al tiempo que se vacia el escenario. Cruzamos las puestas en sentido inverso, esta vez con la sonrisa del que tiene en las manos el as que falta en la mesa. Apolo se cierra por hoy y esa es la señal que da comienzo a la cuenta atrás de la próxima vez.