Iggy Pop lo dejó claro en el Teatro Real de Madrid

Antes de que empezara la actuación de Iggy Pop del 26 de julio de 2022 en Universal Music Festival, todo parecía indicar que habíamos conseguido regresar a lo que conocíamos como normalidad hasta marzo de 2020. Es decir: los asistentes al concierto no llevaban puestas mascarillas, ni guardaban prudenciales distancias con los demás ciudadanos que accedían al Teatro Real de Madrid. Al contrario: se tocaban al encontrarse, se abrazaban; incluso hasta se besaban. No huían de sus semejantes.

Habíamos recuperado también algunas costumbres tribales de principios de este siglo XXI como retratar a los más conocidos (algunos hasta reconocidos) que asistían a un evento delante de un paño liso repleto de publicidad estampada. Es el mercado, amigo.

Pero algo no encajaba en el interior del Teatro Real. Menos, cuando se apagaron las luces, salió la banda y comenzó a tocar “Rune”, un tema instrumental compuesto por Noveller (Sarah Lipstate) en el que consigue los sonidos que emite su guitarra aplicando un arco de violín sobre sus cuerdas.

Después de esta introducción de la banda saldría al escenario Iggy Pop. Si hasta ese instante algo chirriaba pero todavía no se sabía muy bien de qué se trataba, fue a partir de entonces cuando empezó a sentirse más claramente. Interpretando las canciones de “Free”, repleto de ambientes jazzísticos de evocación  transcendente, que le ayudó a crear Leron Thomas (quien se encontraba en ese momento tocando la trompeta, tras el trombón de varas) solo era una sensación extraña. Fue haciéndose más palpable con la subida final de tono en Loves missing. Cuando dejó a un lado el spokenword. No cuadraba ver cantando así a Iggy Pop, profeta adelantado de la llegada del punk, ante un auditorio estático que lo escuchaba como si se tratara de Frank Sinatra.  

Sería a continuación, en “TV eye”, de la que Iggy Pop se serviría para poner fin a la farsa que estaba representando con la complicidad del público. Nada más sonar los primeros acordes, animó a los espectadores a que abandonaran sus butacas y se acercaran al borde del escenario. Y así lo hizo un considerable número de ellos. Porque su música ha de escucharse y sentirse de aquella manera participativa, cercana y dinámica. Nunca sentado. Y fue entonces cuando se despojó de su chaqueta, quedando con el torso desnudo mientras cantaba e iba siendo capturado por todos los “mobile eyes” que le rodeaban. Aquello sí volvía a ser la normalidad que conocíamos de antes de haber empezado a sufrir la pesadilla… 

Iggy centró este concierto únicamente en cuatro de sus álbumes en solitario: “Free” (2019), “New values” (1979), “Lust for life “ y “The Idiot” (ambos de 1977). De los que cantaría también Sonali, James Bond, Five foot one, The endless sea, Lust for life, The passanger, Sister midnight… 

Resulta significativo que no ofreciera ningún tema de “Post pop depresión”, su anterior y aclamado disco de estudio. ¿Sería debido a lo mal que acabó su relación tras la gira con Josh Homme (Queen of the Stone Aged), con quien trabajó concienzudamente en su creación y divulgación?     

El otro pilar sobre el que se apoyó el concierto de esa noche fueron las canciones de su etapa en The Stooges. Desde el ya citado “TV eye”, que desatara la euforia y del que se sirviera para romper con el sometimiento del público a las normas previamente establecidas, a otras piezas tan importantes en la evolución posterior del rock como fueron  Gimmie danger, Search and destroy, Fun House, I wanna be your dog (de la que Parálisis Permanente incluyó una versión en El Acto, su único ábum)…

A esta etapa suya dedicó íntegramente la parte final del concierto. Antes de que éste comenzara se habían ofrecido unas imágenes sobre The Stooges, la película; y un recordatorio a Ron Asheton, Dave Alexander y Scott Asheton, ya desaparecidos.

Iggy Pop, antes Iggy Stooge, los ha sobrevivido a todos. También, a David Bowie, quien lo rescatara de su etapa más caótica, adictiva y autodestructiva, llevándoselo a Berlín para que se desenganchara. Y para producir sus dos primeros discos en solitario.

Y a Lou Reed. También ha sobrevivido a Lou Reed. Iggy Pop es el único superviviente de esos tres ilustres pilotos suicidas de gustos, vidas y carreras musicales entroncadas con que nos obsequió su generación, utilizando el calificativo tan acertadamente ideado por Joaquín Sabina para referirse al que fuera nuestro equivalente peninsular.
 
Aunque hayamos recuperado sensaciones y maneras de vivir anheladas, las cuestiones  más absurdas y aberrantes también han vuelto tras estos extraños dos años y medio. Como el incremento del consumo de carbón y energía nuclear (circunstancia que quizá pueda servir de inspiración para la composición de otra icónica canción de Aviador Dro) por parte de los países más destacados (económicamente hablando) de la CEE. 

Pero quedémonos solo con lo bueno: la actitud de Iggy Pop no ha cambiado. Pese a haber transcurrido ya más de cincuenta años desde que su música y su actitud se adelantaran a la aparición del punk, siguen intactas. Y eso es lo importante y lo que se debe valorar. Podrá seguir arrastrándose por el suelo de los escenarios que pisa como si fuera una iguana durante algún momento de cada concierto para hacer honor a su apodo, pero eso no quita que se mantenga firme en su actitud frente a la vida.   
La vida siempre la marca la actitud con que la plantas cara. Iggy Pop lo sigue teniendo claro. Y demostrándolo en cada nuevo concierto.