La sala Pelicano forma parte del conjunto de locales que componen el baluarte de San Roque. Es de tamaño rectangular con bóveda de cañón y dos grandes ventanales al Atlántico. Un barco de piedra, el espacio perfecto para un encuentro íntimo con Flecha Valona.

Faltan unos minutos para la deseada cita y la sala bulle. Hace ya rato que la seguridad de la entrada ha colgado un rotundo sold out. La banda de Jerez ha sembrado cada una de sus canciones paso a paso creando adeptos en busca de armonía aquí y allá. Y es que su flamante nuevo álbum, Los días pasarán, está lleno de calidad. Diez nuevas composiciones más que engrosan la  dilatada carrera del grupo.

Llega el ansiado momento, Ezequiel se abre paso entre la muchedumbre hacia el escenario. Los músicos esperan impacientes el primer tema, Que te puedo dar. La guitarra de Alberto cobra vida con uno de los acordes más evocadores del disco, Borja se suma con la base rítmica de su bajo elegante y preciso. La sala se transforma en una sola voz, está claro que Flecha Valona ha desembarcado en español con una propuesta distinta y muy personal, canciones con letras profundas y una instrumentación  sorprendente.  Ahora le toca turno a La profecía,  Jaime Hortelano  recrea la magia de los teclados ,y de nuevo una hermosa letra se acomoda como un ceñido guante en las cuerdas vocales de Sr. Márquez. Basta con girar la cabeza para comprobar la absoluta complicidad que mantiene con su público, es esa conexión individual , ese vínculo de miradas que vibran en una misma frecuencia. Continua con Piedra o Papel, un hermoso alegato dedicado a Víctor Jara que continua por sacudir a los últimos rezagados.

La sala late como un corazón en calma mirando al mar.

Comienza ahora un grupo de tres temas que van in crescendo, El despertar de Mayo, Nadie te quiere ya y Marionetas, que desata la locura colectiva. Es el power pop desenfadado y efervescente. Los asistentes repiten cada estrofa, cada palabra, cada sílaba. Crítica social vestida de aparente ingenuidad pero con una profunda reflexión.

La ruleta rusa , crea el ambiente adecuado para  encarar otro trio de imprescindible. La fiesta de las melodías levanta de nuevo las olas de público, un tema que crece con rapidez y que emociona sin compasión. Ezequiel termina el bloque con una sorpresa adecuada para la ocasión, estrena La sal de la vida, tema que ,rápidamente, el público absorbe y devuelve. Parece que este artista está en estado de gracia permanente, crea armonías y letras que se transforman en banda sonora instantáneamente.

El límite es una canción consagrada que el público acogió sin reservas desde la primera escucha. Una delicia con toques de fusión y percusión hipnótica. Ya no hay nada que demostrar, Adrián Rodriguez es una batería en el que nace el ritmo  con precisión suiza, un corazón de mecánica pasión.

Llega la canción que da título al álbum que ha inaugurado la etapa en castellano de una banda más que consolidada. La complicidad es una seña de identidad, la unión armónica es absoluta.

Es el turno de otra sorpresa de energía desmesurada y arrebatadora. El acróbata de los viajes resuena en la bóveda de cañón como una erupción cegadora. Un nuevo tema que deja caras de felicidad como denominador común. El Pelícano está exhausto, la travesía es intensa.

La sala se encabrita sobre un mar de armonías con un capitán de barba gris y elegante levita, hemos llegado a La Capital. El batería hace alarde de su prodigiosa coordinación y el resto de músicos se unen a la emocionada voz de Márquez. Esta canción es un himno que abandera varias generaciones.

Ahora siguen su rumbo hacia Málaga y Granada, a prender la ilusión y el espíritu de aquellos, que un día, en el dial de alguna radio, se quedaron enganchados cantando:

Acariciando y desafiando las mareas. 

Sigue ladrando y disimulando.

Sigue ladrando y disimulando.

Sin duda, Flecha Valona ha encendido hogueras que no se apagan.