Seamos sinceros, los conciertos son lo que son. Los hay buenos o malos, que suenen mejor o peor, que gusten más o menos y siempre querríamos que tal o cual canción hubiese formado parte del set. Cuando uno se sale de estos patrones rara vez suele ser para bien. Y si estuvisteis en el último de The Mission en Madrid sabréis por qué estoy escribiendo estas líneas.

La velada comenzó con la actuación del cuarteto Sigmund Wilder, que presentaron “Desorden”, su último trabajo y primero en castellano, en el que basaron casi todo su set.

Atmósferas oscuras acompañaron a una banda que se ganó el favor del público durante cerca de 45 minutos y ocho temas muy intensos, a pesar de no contar con el mejor de los sonidos. Un buen hacer, sencillo pero efectivo, con su líder, David Martínez, muy agradecido ya que la sala Mon ya se encontraba abarrotada durante su descarga.

Y esto último es importante, sí, éramos muchos, muchísimos, algo que siempre alegra de ver en un concierto, pero que a veces trae una consecuencia nada deseada: un calor sofocante. Y creedme cuando os digo que prefiero el calor al frío, pero al estar rodeado de varios cientos, la cosa se torna agobiante.

Cuando pasadas las 21:10 The Mission comenzó su set con "Beyond the pale", el ambiente en el escenario no debía ser mucho mejor encima que debajo, donde el sudor era una constante, incluso llegándose a ver algún abanico.

Entre el final de la mencionada pieza y el inicio de la siguiente, "And the dance goes on", algo más ocurría, ya que Wayne Hussey lucía bastante enfadado con un técnico porque no se oía.

Aún así la banda siguió adelante, con Wayne preguntando entre canción y canción si le escuchábamos, y por suerte, al menos donde yo me encontraba situado, sí. Al igual que con Sigmund Wilder, el sonido podía haber sido mejor, pero sin duda era disfrutable y más cuando The Mission empalmaba clásicos como “Like a child again”, “Never again” y “Butterfly on a wheel”.

Ya resignada al calor y a su sonido llegó el momento de una de las más celebradas, “Wasteland”, que con mimo el grupo iba alargando... Hasta que alguien cuyo número de dedos superaba su cociente intelectual decidió subirse al escenario y tirarse desde él.

No seré yo quien juzgue como la gente vive la música pero parece que no fue una gran idea. Por un lado su caída sí que tuvo un sonido nítido que se escuchó perfectamente, y a su vez fue la gota que colmó el vaso de Wayne, que terminó “Wasteland” y abandonó a sus compañeros.

Estos se arrancaron con dos versiones instrumentales, de sobra conocidas, pero me vais a perdonar, no caigo en su título, y tras ellas también se marcharon.

Francamente, todos nos teníamos lo peor y cada minuto que pasaba no hacía presagiar nada bueno.

Pero finalmente Wayne volvió y comenzó a interpretar “Tower of stregth”, lo que suponía saltarse cuatro canciones del setlist que podíamos ver, con cierta cara de frustración, uniéndose el resto de The Mission para los minutos finales. Eso sí, acabada su parte no se quedó al final.

Caras de extrañeza y bromas diciendo que se había vivido algo único llenaron Mon. Sí, fue extraño y único, pero no para bien.

Igual que no juzgo como cada uno vive la música, tampoco voy a hacerlo con la reacción de Wayne porque me faltan datos para ser objetivo. Lo único, ya que el resto desde el público es incontrolable, aunque no quiera ser yo el típico que reparte consejos cuando no se los piden, si podéis no molestar a la gente que está trabajando, por favor, no lo hagáis.