En la industria del rock hay muy pocos artistas que puedan contabilizar sus conciertos por “llenos”, y menos aún si el repertorio está compuesto íntegramente por canciones de una banda que se despidió de los escenarios hace una década. Pero si ese artista es Enrique Villarreal (Iruña, 1959) y se está conmemorando el 40º aniversario de la formación de Barricada, todo se vuelve posible.
Faltaban escasos minutos para las 21:00 del viernes 26 de mayo cuando El Drogas, Flako, Txus y Brigi tomaron posiciones en el escenario de la madrileña sala La Riviera para arrancar la primera de las dos jornadas programadas ese fin de semana a ritmo de “En la silla eléctrica”, “Esperando en un billar” y “Barrio conflictivo”, piezas sin duda idóneas para meterse en el bolsillo a un público ávido de recordar y revivir música que si bien es propia de otro tiempo, se resiste a desaparecer del imaginario de toda una generación… o varias; que además ha sido transmitida de progenitores a hijos como una herencia cultural. Y es que resultó prácticamente imposible vivir en los ochenta y los noventa sin haber cantado a gritos alguna de sus canciones, independientemente del factor geográfico o el grupo social de pertenencia.
“Mañana será igual” ofreció un ligero respiro, del todo necesario para poder afrontar “Contra la pared” (tema que abre tanto el álbum “No hay tregua” de 1986 como el doble directo de 1990).
El Drogas
Cualquiera podría esperarse que tras un arranque tan fuerte del concierto y viniendo de una gira tan intensa como extensa, pronto los músicos empezaran a desinflarse. Pero no sólo mantuvieron el tipo, sino que el nivel fue incluso subiendo a medida que iban cayendo uno a uno los que posiblemente sean los treinta y tres temas más representativos de la trayectoria de Barricada, aunque quizá se echase de menos alguna pieza más de La tierra está sorda -si bien es verdad que el momento de la interpretación de “Pétalos” siempre resulta especialmente emocionante-.
Con “Víctima”, “Rojo” y “Por salir corriendo” se alcanzó el ecuador de un espectáculo en el que ni público ni artistas se estaban guardando nada para el día siguiente. Si el mundo hubiera terminado en ese momento, dos mil personas habrían muerto felices y sonrientes. La incombustible voz de El Drogas parecía gobernar la voluntad de aquellos que la escuchaban como si de la flauta de un encantador de serpientes se tratase; la batería de Brigi sonaba firme y contundente mientras el bajo certero de Flako articulaba perfectamente la percusión con las melodías de la guitarra de Txus, cuyos dedos no sólo manejaban las cuerdas de su FV 58K de Cristh Rod, sino también los estados de ánimo de todos los presentes.
Realmente no hubo mucho espacio para la sorpresa (en el buen sentido de la expresión), los músicos estuvieron sublimes, como ya nos tienen acostumbrados; el repertorio hizo las delicias de los incondicionales de Barricada; y tanto la luz como el sonido estuvieron a la altura de un espectáculo que no admite cualquier cosa.
El Drogas
La segunda parte, al igual que el directo publicado en 2006, se inició con “Sean bienvenidos”, seguido por “Objetivo a rendir” y “Campo amargo”. A estas alturas resultaba ya difícil conservar la noción del tiempo y prácticamente imposible no entregarse a la vorágine de emociones que se desató en el recinto. Aunque realmente ya no importaba ni una cosa ni otra; no importaba nada excepto vivir al máximo cada segundo, cada acorde, cada golpe de caja: que es, a fin de cuentas, de lo que se trata el rocanrol.
“Todos mirando” y “Oveja negra” anunciaban el principio del fin, anuncio que fue desoído por un público que aún sabiendo que todo termina se resistía a aceptar su rendición y, tras “No hay tregua”, “Esta noche” y “Animal caliente”; “En blanco y negro” supuso un apoteósico final como lo fuera el decimoquinto asalto de la tercera pelea entre Alí y Frazier provocando un estallido de aplausos y ovaciones que pretendía evitar que los músicos abandonasen el escenario.
En resumen, el penúltimo concierto de la gira de salas de El Drogas no puede sino calificarse de un éxito rotundo tanto de taquilla como de ejecución y, sin duda alguna, la mejor forma de celebrar los cuarenta años de la formación de una banda sin la cual el rock en España no habría sido, ni por asomo, el mismo.