Durante la tercera jornada del festival no alcanzamos el objetivo diario de pasos porque todos los artistas a los que teníamos programado ver tocaban en el mismo escenario, el “Mahou 0,0 Tostada”, aka escenario 6.

A las 19:00 comenzó su actuación Julia Sabaté, cantante hispano-holandesa de todavía corta (pero muy intensa) trayectoria, que nos presentó una propuesta basada en el pop melódico con pinceladas de música electrónica “alternativa”, con letras autobiográficas que incluyen una fuerte carga emocional en la que están muy presentes elementos como el dolor y la duda, pero afrontados de manera que transmite y contagia una fuerte positividad a quien la escucha.

Canciones como “Joder, te quiero” o “Es como es” hicieron salir a la superficie una extraña vorágine de emociones entre quienes nos encontrábamos disfrutando del espectáculo, algunos esbozando enormes sonrisas y otros escondiendo alguna que otra lágrima, pero todos bailando al ritmo de una anfitriona cuya actuación convenció a sus fans y sin duda sedujo a quienes aún no la conocían, dejando patente que se trata de una artista de directo, a la que procuraremos seguir muy de cerca.

Tras los oportunos cambios en el escenario, en torno a las 20:30 llegó el turno para los madrileños Gilipojazz, power trio que cuenta sus conciertos por victorias y que ya ha registrado varios llenos en algunas de las salas más icónicas de su ciudad.

Iker, Ángel y Pablo iniciaron su concierto con “Tu pa tu pa” y “9,5 es casi un diez”; aunque cuando aproximadamente el 83,7% de tu música -la cifra es levemente variable según la fuente- es instrumental, el título pasa a ser lo de menos.

Y es precisamente esta instrumentalidad una de las señas de identidad más representativas de la formación, que también se caracteriza por ofrecer una música irreverente cargada de humor y a la vez de fuertes y contundentes ritmos, como quien quiere ponerse serio y no puede.

En definitiva pudimos gozar de casi tres cuartos de hora de una música vibrante que parece gobernar el estado de ánimo de quien se encuentra dentro de su alcance; pudimos deleitarnos con la melodía de un videojuego de los 90 que todavía no ha salido y pudimos comprobar cómo, después de mucho tiempo, Iker saldó la deuda de aquel café que tenía pendiente.

Gilipojazz continúa su imparable ascenso con un estilo cada vez más depurado y característico, una muy visible complicidad entre sus componentes y una lista de seguidores cada vez más larga.

Pero en la tercera jornada de festival no fueron todo simpatía y sonrisas. La prueba de sonido de Depresión Sonora presentó importantes problemas de tipo técnico que retrasaron significativamente el inicio de la actuación y que crisparon considerablemente los nervios de los componentes de una banda que venía de haber triunfado hace bien poquito en La Riviera.

Aun así, la banda liderada por Marcos Crespo salió dispuesta a ofrecer el mejor espectáculo posible, esfuerzo que fue percibido y agradecido por un público que ya desde los primeros acordes de “Mala” (uno de sus lanzamientos más recientes) se entregó completamente, cantando, saltando y dejándose llevar por una música con un marcado carácter derrotista que muy posiblemente sea uno de los factores que han supuesto el éxito tan temprano de este particular proyecto musical nacido en pleno confinamiento.

“Veo tan dentro” (tercer corte del álbum El Arte de Morir Muy Despacio) y “Estupefacientes” terminaron de meternos en situación y me recordaron por un momento las palabras que Homer le dirige a Billy Corgan: “gracias a vuestra siniestra música mis hijos han dejado de soñar con un futuro que yo no les puedo proporcionar”. Y así fueron cayendo los temas, como si artistas y público se abrazasen y se secasen las lágrimas mutuamente, creándose un clima de apatía y desesperación, pero con una fuerte sensación de unidad y apoyo mutuo, especialmente palpable durante “Ya no hay verano” y “Gasolina y mechero”.

Tras esta última canción, Marcos recibió la indicación de que, debido al retraso, debía terminar ya su show, lo que le provocó un gran enfado que expresó en voz alta, animando a su público a apartarse de los grandes festivales y apoyar a sus bandas favoritas en los conciertos en salas.

Finalmente “Hasta que llegue la muerte” fue la canción que sirvió de cierre a un accidentado concierto que nos dejó un sabor agridulce; pues si bien la banda estuvo impecable, los problemas organizativos nos impidieron disfrutarlo al cien por cien.