Ya hemos comentado en alguna ocasión que una de las principales ventajas de colaborar con medios especializados en música es la oportunidad de conocer a artistas y bandas que, de otra manera, hubieran pasado de largo. Un compañero de otro medio en cuyo criterio confío ciegamente llevaba semanas hablándome de La Renga, así que cuando desde la dirección de Insonoro me ofrecieron ir a cubrir su concierto en Madrid, resultó imposible decir que no.

Cuando a las 18:30 del miércoles 23 de octubre salí del metro de Goya camino del WiZink, aún faltaban dos horas y media para el inicio del concierto, pero ya había una importante concentración de público (mayoritariamente argentino, uruguayo y paraguayo) en la avenida de Felipe II que cantaban, bailaban y bebían como si fuera su último día sobre la tierra.

En torno a las 21:00 y contagiados de la euforia reinante, las dos decenas de fotógrafos que allí nos juntamos accedimos al recinto cuando sonaba “Buena pipa”. Mientras recorría el pasillo que comunicaba el exterior con la pista iba pensando que nunca antes había sentido vibrar el WiZink como en aquel momento, de la misma manera que nunca antes había hecho fotos rodeado de tanto personal de seguridad. El ambiente vivido en el foso durante “Detonador de sueños”, “A la carga mi rocanrol” y “Motoralmaisangre” resulta del todo inenarrable, como el choque de las ondas expansivas de dos explosiones enfrentadas que arrasaban todo lo que estuviera a su alcance. Y esto no había hecho más que empezar.

Este power trío bonaerense originario de Matadero, que abarrota estadios en argentina, había llenado únicamente la parte del recinto que corresponde a la pista, pero el ambiente se sentía como si el aforo estuviera completo, como si de una reedición del Bonavena-Peralta se tratara. Y es que La Renga, como todos los artistas con carácter, no deja indiferente: o los amas o los odias… y quien los ama, lo hace fuerte.

La formación ofreció un vibrante recorrido por toda su trayectoria a través de veintisiete de sus temas más representativos y que mejor funcionan en directo, como “Corazón Fugitivo”, “Ese lugar de ninguna parte” o la “Balada del diablo y la muerte” que fue cantada a coro por las cerca de cinco mil personas que habían tomado la pista del WiZInk.

Sería importante señalar que se había dispuesto una pantalla gigante en la que, además de poder seguir el concierto desde el final de la pista, podían verse también imágenes de ficción proyectadas que acompañaban perfectamente la temática de las canciones, generando la sensación de estar inmerso en un videoclip.

Durante algo más de dos horas pudimos disfrutar de un rock callejero estilo años noventa, pero con una fuerte influencia del blues y el hard rock al cual resulta imposible ser ajeno pues, aunque no te des cuenta, te va desposeyendo lentamente de tu voluntad hasta que termina gobernando las almas de aquellos que lo escuchan, sobre todo en canciones con una fuerte carga emotiva, como “Buena ruta hermano” o “El rebelde”.

“Panic show”, canción que ha sido objeto de cierta controversia por una utilización política no consensuada, señaló el principio de la recta final del espectáculo, en la que sonaron canciones tan potentes como “La razón que te demora”, “El final es en donde partí” y “Oscuro diamante”, terminando con “Hablando de la libertad”.

En resumen, La Renga renovó el compromiso con sus fans, haciéndolos disfrutar como niños; y amplió significativamente su legión de seguidores, incorporando a sus filas a todos quienes les veíamos por primera vez.