Una vez más, llegó julio a Madrid y, con él, una nueva edición del Mad Cool Festival, que este año repetía emplazamiento en Villaverde, pero con un recinto que, siendo el mismo, presentaba ciertas modificaciones respecto a la edición anterior con el fin de ir corrigiendo errores.
En primer lugar, los accesos resultaban sensiblemente más ágiles, evitando las largas colas al sol que se habían producido otros años; la nueva disposición de los lavabos ofrecía un uso más rápido de los mismos y los numerosos puntos de recarga de saldo prometían menos espera a la hora de cargar las pulseras (aunque esto también podía hacerse a través de la aplicación). En resumen, antes incluso de ver el primer concierto, las pequeñas pero visibles mejoras predisponían a afrontar los cuatro días de festival con la mejor de las actitudes. [ crónica ]