El Palacio de los Deportes de Madrid se le quedó pequeño a Manolo García. No porque lo llenara, que lo hizo, aunque hasta el mismo día del concierto todavía quedaran algunas entradas disponibles; tampoco porque se diera tanto y desde el primer momento que enseguida consiguió tener a los asistentes en sus manos, que también sucedió; sino porque, además, bajó del escenario y se adentró en el corazón del pabellón en dos ocasiones; también físicamente. La primera recorrió un lateral de la cancha y se subió a una barra de bar a cantar ”Océano azul”, provocando la estupefacción y el delirio de sus seguidores cuando pasaba a su lado. La segunda, cuando ya se iba acercando el final del concierto; pidió que el público frente al centro del escenario le abriera un pasillo por el que avanzaría hasta el otro extremo, subiéndose a cantar delante de la valla que separa la cancha de la grada. [ crónica ]