Las noches de despedida suelen tener un viso de tristeza que se te pega como un chicle en los vaqueros. Aunque en este caso no percibí, ni en mi persona ni en el ambiente, ese tipo de sentimiento. El éter donde la noche latía era otro, emoción tal vez, expectación en algún grado extra al normal, pero sobre todo ganas de pasarlo bien, siendo conscientes de que la noche iba a dejarnos una huella en el tiempo de nuestras memorias de difícil destierro. El show tenía marchamo de gran pedigrí. [ crónica ]