Hay momentos en los que sientes que, con solo estirar el brazo, puedes llegar a tocar el cielo con la punta de los dedos. Estas ocasiones suelen darse muy pocas veces en la vida. La última en que me ocurrió fue la noche del pasado 29 de marzo de este 2022.
Unos meses antes, a finales de noviembre, casi llegada la fecha, se había aplazado la cita. Temí que no iba a ser posible. Pero allí estaba yo, cuatro meses después, a punto de lograrlo; prolongando esa gozosa sensación de bienestar interior, de felicidad plena, pura, casi infantil, antes de decidirme a estirar el brazo.
“¡Mister Van Morrison!”, gritó una voz justo en el momento en que al fin me decidí a hacerlo. Y mi mano chocó contra una mano que había a la derecha, un poco más alta. Otra mano más grande golpeó contra la mía desde la izquierda; esta mano también sujetaba una cámara fotográfica. “¡Mentecato!, que solo tienes dos canciones para hacer las fotos… ¡Espabila!”, me dijo una voz que debía de provenir de mi consciencia. Y eso fue lo que hicimos los nueve fotógrafos que nos habíamos agrupado junto al lateral del escenario desde el que se podía fotografiar mejor a una de las grandes leyendas vivas de la música popular de todos los tiempos. [ crónica ]