Es un halago que la gente de Insonoro se acuerde del TrespaRock al pensar en los festivales que llevan poco tiempo de andadura. Quiere decir que, en mayor o menor medida, se ha dado a conocer. El hecho de que surja un nuevo festival en los tiempos que corren contrasta con una época en la que nos hemos acostumbrado a ver cómo mueren los míticos festivales a los que nunca fallábamos. Hablo de las fiestas que organizan colectivos sin ánimo de lucro y sin influencias políticas, lo de los macro festivales es otro tema... Los que tienen experiencia en este rollo se preguntarán: “¿qué les pasará por la cabeza a estos chavales para meterse de lleno en semejante tinglado, tal y como está el tema?”

Debemos tener muy en cuenta todo lo que conlleva organizar un festival. Y tenemos que valorar el trabajo de todas las personas que hacen posible que estos eventos funcionen. Desde el que pega los carteles hasta la que te pone la pulsera o el sello en la entrada, pasando por los que montan el escenario, los que se ocupan de contactar con los grupos o  simplemente los que están para “echar una mano” en lo que puedan. Pero parece que el principal problema ha sido económico. Los colectivos se mueven, sienten la necesidad de hacer cosas y surgen ideas. Las llevan a cabo. Pero tienen pérdidas, y esto, al final, quema anímicamente. Es difícil librar los gastos, por diversas razones que radican siempre en el “problema” de autogestionarse: Los grupos cobran más de lo que se saca con las entradas. La gente no asiste a no ser que vea en el cartel por lo menos un grupo de los que “tienen tirón”. Pero ese grupo tampoco garantiza mover gente suficiente como para que salgan las cuentas. Si pones la entrada más barata o contratas grupos más asequibles tampoco cuadra. En definitiva, al público le sale más rentable irse a un festival en el que va a poder ver a todas las bandas de moda por poco dinero.

Una posible solución a todo esto es la fórmula que empleamos en el TrespaRock. Como dice Laura, del Baitu: “O follamos todos, o pinchamos la muñeca”. Se trata de hacer algo que se pueda afrontar y que implique a todos los que participan. La organización, la producción, la seguridad, el trabajo en barra, etc. Esto se hace por amor al arte (en este caso, por amor a la cultura musical y las actividades participativas) y no es difícil encontrar gente que lo lleve a cabo de manera responsable. Pero es en el ámbito económico donde no nos podemos “pillar los dedos”. Esta fórmula consiste en estipular un gasto inicial que se pueda asumir. A partir de ahí, y “haciendo números”, se valoran otras cuestiones: Bandas con las que se puede contar, cuánto se les puede ofrecer, cuánta gente se puede mover con un grupo, posibilidad de subir o bajar el precio de la entrada, etc. Se negocia un mínimo con las bandas. Un mínimo (que la organización considere justo, atendiendo a criterios como el nivel musical de la banda, lejanía, o número de integrantes) que garantice que la organización no arriesgue demasiado y que, a su vez, cubra los gastos del grupo.

Porque tampoco es honrado que un grupo pierda dinero cuando trabaja. Se vuelven a hacer las cuentas y se calcula cuánto se podría perder en el caso de que el festival no transcurriera según lo esperado. Se valora si son unas pérdidas asumibles y se decide si es viable o no. Por lo general, los grupos (por lo menos los que vienen al TrespaRock) entienden perfectamente la situación, por lo que también se implican. Saben que por lo menos van a cubrir sus gastos, y que, quizá, si el festival resulta “rentable”, se pueden llevar algo más. De hecho, la idea es no arriesgar demasiado, pero repartir los posibles beneficios entre grupos, seguridad, currelas, etc. De esta manera, se puede ofrecer un festival pequeño, grande o mediano, pero siempre honestamente y con relativo éxito. Este año veremos si todo esto es aplicable a un festival de mayor magnitud o transcendencia. Se probará en el Baiturock. ¡Espero que funcione!

La idea general es ofrecer algo diferente. Grupos alternativos que no aparezcan en carteles por todas las esquinas, a los que no se vea a menudo en directo por la zona, que se arriesguen e impliquen con la organización y que mantengan un vínculo estrecho con el público. Todo inmerso en una combinación de ilusión, ganas de cooperar, franqueza y participación. En este sentido, las expectativas siempre son buenas, ya que este tipo de actividades suponen una buena oportunidad para conocer gente fantástica, promover grupos del entorno e impulsar el trabajo en equipo.

Por eso, animo a todos estos colectivos a empezar a hacer  (o seguir haciendo) cositas. Con ilusión y sensatez se pueden cumplir sueños. Del mismo modo, agradezco sinceramente el apoyo de asociaciones cercanas a nosotros (C.S.O. Las Vías, Salcedorock, Txarraska Gaztetxea, Baiturock, Modúbar Rock, Dolmen Music, Luaña Rock etc.) que han estado siempre a nuestro lado, para aportar experiencia, para currar, para venir a tocar, para asistir como público, para la venta de entradas, para la publi…

Gracias, un festival sale adelante con el granito de arena que pone cada persona que participa.