Lo llevamos escuchando muchos años pero el demandado cambio generacional en la escena estatal sigue sin llegar. ¿Por qué? No me gustan las lamentaciones, ni los grupos llorones, ni el derrotismo en ningún aspecto de la vida. Lo veo muy a menudo, pero ni lo comparto ni lo comprendo. Nosotros, los grupos, somos los primeros que debemos asumir nuestra parte de culpa. Una importante y pesada parte de culpa.

No voy a entrar en métodos de trabajo, ni en estrategias de grupo, ni en número de ensayos, ni en dinero invertido ni en nada de eso. Cada uno debe emplear su propio sistema. Lo que sí que tengo claro es que se ha extendido una práctica desde hace ya bastantes años: los grupos no van a ver los directos de otros grupos. Grave error.

El oficio de músico de rock trae implícitos muchos sinsabores pero conlleva muchas más experiencias positivas. Poder ver a otros grupos en directo es una de ellas (quizá una de las mejores). Además, en esta carrera de resistencia tenemos la suerte de poder aprender de todo y de todos. Solo siendo esponjas nos impregnaremos y sacaremos lo mejor de nosotros mismos. Es una suerte poder estar en un continúo aprendizaje. Un lujo. Por eso es imprescindible ir a los conciertos de otros grupos, porque siempre se aprende (sea un grupo que está empezando, unos veteranos de la escena local, un gran grupo al que admiramos o unos que no soportamos pero que nos pueden sorprender). Siempre se aprende. Y no solo hablo de música (que también), hablo de observar cómo se organizan los demás, como trabajan, cuales son sus puntos fuertes, donde fallan… Analizar y aprender.

Todo eso es importante, pero no lo más importante. Lo más importante es el compañerismo. Tan solo viajando y viendo a otros grupos tocar, consigues compartir cosas, hablar y, en definitiva, ir soldando una solidaridad entre grupos, un cooperativismo que solo puede traernos beneficios a todos. El rock no es una competición, el rock es una forma de entender la vida desde el colectivo, desde el sentimiento, desde la acción. Y sin esa unión, sin abandonar todas las envidias, todos los egos y toda la competitividad nunca podremos llegar a ningún cambio generacional.

No somos una generación, todo es mentira. No hay sentimiento de unidad. No hay trabajo colectivo. No hay una lucha común. Tan solo individualismos (grupales). Así nunca seremos una generación.

Quiero finalizar estas líneas llamando a los grupos a dejar aparcadas sus peñas, sus playstations, sus cenas de empresa, sus cines, sus gin-tonics de terraceo y sus televisiones de plasma. Dejémonos de tonterías, si tenemos un grupo y queremos que sea nuestra forma de vida lancémonos a por ello a vida o muerte. Juguémonoslo todo. Apostemos. No somos una burguesía acomodada, no lo debemos ser. Nunca.

Me vienen a la cabeza muchos grupos que lo están haciendo y, aún a riesgo de que se ofendan los que no mencione, citaré a Desakato, a Trashtucada, a Gritando en Silencio, a Porco Bravo, a Lilith, a Yeska, y a nosotros mismos, a Insolenzia. Brindo por nuestra lucha compañeros, por la nuestra y por las de otros como nosotros que saben lo que es apostarlo todo a una sola mano.

Puede que alguna vez seamos una verdadera generación, nuestro primer objetivo es conseguir eso. Después ya pelearemos para que los bares no sigan poniendo la misma música que hace veinte años, para que los programadores de festivales no sigan contratando a los mismos grupos que hace veinte años, y para que cuando se hable de rock en castellano no salgan a relucir solo los mismos nombres que hace veinte años.

A pesar de todo lo dicho, soy optimista. Los tiempos están cambiando. Una nueva generación está naciendo a base de lucha y esfuerzo, una nueva generación que está peleando por encontrar su sitio. Yo soy parte de esa generación, ¿y tú, quieres serlo? Tan solo tienes que quererlo.