MI CHARCO

Yo era uno de aquellos chavales que no se movían del escenario principal del Viña Rock. Como mucho, me acercaba al escenario Heavy a ver a Saratoga, Avalanch o alguno de los grupos de heavy metal que triunfaban en la época. Empezábamos el nuevo milenio y el rock urbano lo era todo en mi vida: Extremoduro, Barricada, Boikot, Marea, Reincidentes, La Fuga y unos cuantos más sonaban continuamente en mi discman (las nuevas generaciones no habréis oído hablar de este artilugio, buscadlo en la Wikipedia para más información). Sin duda, mi propósito inamovible era seguir escuchando rock urbano hasta la muerte o hasta quedarme sordo, contra viento y marea, no como mi padre, que abandonó a los Burning y el rock de su juventud para escuchar jazz, música clásica y flamenco.

¿Quién me iba a decir a mí que quince años después, durante el año 2016 que recientemente hemos abandonado, el grupo que más he escuchado y que más satisfacciones me ha proporcionado fusiona pop, flamenco y electrónica?

Pues sí. Fuel Fandango llegó a mi vida casi por casualidad y se ha quedado para… ¿Siempre?. ¡A saber!. 

Para muchas personas, la música es algo más que parte de la vida. Es la vida misma y, en muchos casos, los cambios personales y musicales van de la mano. Yo soy una de esas personas. Sin lugar a dudas el rock sigue estando muy presente en mi vida. La diferencia es que ya no tiene la exclusiva. Todo comenzó cuando salté del charco del rock urbano a la piscina del rock, en toda su extensión y en todas sus vertientes. Los discos de grupos internacionales empezaron a compartir estantería con Robe, El Drogas y Fito Cabrales. ¿Qué más da si entendía poco o nada de sus letras? Nirvana, Metallica, System of a Down y otras superestrellas de la historia del rock entraron en mis listas de grupos favoritos que solía hacer con mi amigo Manu.

Además, otro de los grandes pilares musicales de mi vida se afianzó definitivamente, el Rock en Euskera. Su Ta Gar en un primer momento y, con más fuerza aún, Berri Txarrak, se convirtieron en grupos que siempre copaban el top 5 de mi lista. He estado nadando en la piscina del rock durante unos cuantos años, pero, desde hace un tiempo, me gusta también darme algún baño en el lago de la música Indie/Pop.

No descubro nada si digo que el indie está de moda y triunfa desde hace más de un lustro, contradiciendo su propio nombre. Muchas y muchos rockeros nos hemos subido en algún momento al carro del indie. Nos hemos mirado a los ojos y reconocido en conciertos de Vetusta Morla, Lori Meyers, Love of Lesbian o en alguno de los innumerables festivales del género que han proliferado a lo largo y ancho del país.

2016 lo recordaré como el año de la gran revolución de la música en mi vida. Ha explotado en mí el interés en nuevos estilos, nuevas músicas. He descubierto el océano de la música y quiero nadar en él. De momento no me alejo demasiado de la orilla, es demasiado abrumador como para bucear hasta el fondo. Espero tener mucha vida por delante para navegar por sus mares. Durante el último año muchos han sido mis descubrimientos musicales, no solo en cuanto a grupos, también hablo de estilos desconocidos para mis oídos.

A los ya nombrados Fuel Fandango, acompañan en el podio dos grupos que se alejan bastante de aquel rock urbano que me desangraba en el Viña del año 2001: La Maravillosa Orquesta del Alcohol (La M.O.D.A) y León Benavente. Gracias al festival Cabo de Plata, en el paraíso gaditano de Barbate, pude adentrarme en nuevos estilos para mí como el rap, el flamenco, la rumba y todo tipo de fusiones musicales. Ya casi no hago pie y tengo que nadar para mantenerme a flote. Me siento bien. Me gusta descubrir cosas nuevas, pero tampoco me obsesiona llenar mi caja de los descubrimientos. Cuando encuentro algo, me gusta acabar rallando el disco de tanto escucharlo, aunque ahora eso está difícil, pues escucho música en un pendrive conectado al equipo de la furgoneta. El mundo cambia deprisa.

Sé que muchas personas se sentirán identificadas con parte de este relato, aunque está claro que hemos tenido diferentes condicionantes. Otras personas rechazarán esta metamorfosis musical, pues muchos son los casos de personas que escuchan rock o heavy metal desde la cuna hasta el cajón. Y me parece estupendo, lo bueno de la música es que somos libres para decidir lo que forma parte de nuestra vida y lo que no, aunque algunos se empeñen en decir que nos obligan a escuchar tal o cual cosa.

Tampoco pienso que el rock urbano haya muerto, todo lo contrario. Miles de veinteañeros siguen reventando el Viña Rock cada año, así como muchos de los cientos de festivales de rock que forman parte de esta orgía festivalera que vivimos en la actualidad, siguiendo a grupos como Desakato y La Raíz, entre muchos otros. Lo que me pasa es que, aunque lo intento, no consigo que me llamen la atención, reconociendo que son buenos grupos con buenas canciones.

No comparto esas habituales expresiones de “el rock ha muerto”, “la música ya no es lo que era”, “ya no hay grupos como los de antes”, “los discos de ahora suenan peor”, etc. Las llevo escuchando desde que tengo uso de razón y, fíjense ustedes, la música y el rock, están más vivos que nunca. Pero bueno, este tema merecería ser tratado en otro texto, o en una barra de bar, mientras Kurt Cobain, con su desgarrada e inimitable voz, canta eso de “What else should I be? All apologies”.

A pesar de todas las palabras escritas anteriormente, una cosa tengo clara. Cada vez que cojo la guitarra para componer, vuelvo a tener dieciocho años y el rock urbano de mi juventud corre alegre por mis venas. No lo puedo ni quiero evitar. Mi charco es mi charco.