Desde que al primero de los muchos "craneos previlegiados" que en todo momento y lugar han poblado el mundo del rock se le ocurriese acuñar la tan sabida frase de "sexo, droga y rock and roll" han sido luego legión los que la han recitado a pies juntillas creyendo encontrar en aquellos tan a priori sugerentes tres conceptos un sentido a su vida.
Tantos fueron los que se empeñaron en encontrar el norte a partir de tan delirante trinidad que no pocos acabaron perdiendo la brújula en el intento. Muchos, probablemente los más inteligentes y ya sabedores de la dificultad que podría llegar a entrañar alcanzar buen puerto utilizando semejante cartografía se anticiparon a una más que segura derrota apresurándose a echar mano de aquella otra fase que decididamente compite en necedad con la anterior y que viene a decir algo así como "vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver". Consigna nefasta, ridícula e irrisoria donde las haya.
De este modo se completaba el ácido genoma de la estupidez. Lográndose muy probablemente a golpe de pelo largo, pantalón de campana y una pretendida actitud rompedora y seguramente transgresora a decir de algunos.
Mucho ha llovido desde entonces y siempre lo ha hecho sobre el mismo suelo mojado e impregnado de las mismas actitudes erróneas que confunden el sexo con un objeto de consumo (otro más), las drogas con el inmediato acceso hedonista y el rock and roll con una forma de vida que es lo que dice la mayoría por no saber que otra cosa decir cuando es interpelada al respecto.
En torno a todo ello y en particular en torno al fenómeno de las drogas, se ha creado una mística irrenunciable para quienes confunden la actitud con la pose, la apariencia con aquello que se esconde incluso más allá de nuestras propias entrañas, y algo todavía más sencillo, la diversión con el escapismo.
Millones seguramente hayan sido las composiciones exitosas o no auspiciadas por semejante flema y miles los artistas embriagados por la falsa ilusión de poder acceder a partir de éstas a un estado superior y a un peldaño añadido en cuanto a creatividad se refiere. Y es que la autojustificación nunca ha dejado de estar presente entre los que prefieren hacer de ella y de su consiguiente disculpa su primer cuando no único argumento a esgrimir aplausos.
De ahí nace la lógica de la irresponsabilidad y la cultura de la eximente. Ambas perfectamente recogidas y asimiladas por muchos de quienes por su condición seguidista tienen como principales referentes a toda esa basta lista de majaderos de variado pelaje que prolongan el escenario hasta el último rincón de su cuarto de baño y hacen de su propio personaje una extensión de si mismos en base a conceptos tan discutibles y reversibles como el "artisteo", el glamour y hasta una cierta sofisticación.
Resulta patético ver como los jóvenes y no tan jóvenes reproducen como resultado de tan pesada influencia esquemas impropios buscando encontrar en ellos un cierto acomodo a veces no tanto por una opción personal como si en demanda de la aprobación y el aplauso inconsciente por parte de sus inmediatamente afines. Casi al mismo tiempo que esto ocurre, resulta también la renuncia absoluta de la propia identidad. La sumisión a lo común y al habito convencional, lo cual y sobre el papel contradeciría la autenticidad y hasta la cuanto menos supuesta afirmación personal y hasta social que algunos de estos mismos dicen encontrar en el rock como forma de expresión no sólo artística sino del todo global. Un error inducido al que conviene hacer frente haciendo uso de mensajes que contradigan el curso de la opinión dominante. Mensajes que pongan en duda e incluso sonrojen a quienes hacen constante bandera de la ilusión unas veces química otras etílica, pero en cualquier caso falsa, y que supongan un gesto sólido y firme ante lo cotidiano.
Contradigo por tanto la relación absoluta que algunos pretenden hacer entre las drogas y el rock. Me opongo a tal equiparación por ser no sólo inexacta sino claramente interesada en un sentido que sólo puedo calificar como negativo y perjudicial. No concibo la posibilidad de plegarse al sin sentido de los más nocivos mensajes lanzados por parte de algunas estrellas, verdaderas unas y otras que más quisieran serlo en medio de este gran timo que es no es tanto el rock como si el negocio que se ha venido generando en torno al mismo.
No admito el aura de ilegalismo con el que algunos pretenden arropar sus conductas cuando sus gestos no tienen nada de irreverente, por supuesto nada de reivindicativo y absolutamente todo de superfluo, por utilizar una palabra amable. Por tanto, no tolero la confusión y la equivalencia que dentro de este mundo muchos, la mayoría, se empeñan en establecer entre drogas y diversión, entre alcohol y ocio, y menos aun entre radicalismo y autodestrucción. |